Llovía, pero no importaba. Estaba detrás de una ventana, viendo como las pequeñas gotas se amontonaban o se fundían en el vidrio. Alrededor de la luna llena se arremolinaban unas densas nubes, augurando la continuación de la llovizna durante el resto de la noche. Pocas personas transitaban por la calle ya a esas horas y a duras penas permanecían los bares abiertos. No sabía qué es lo que estaba haciendo allí, sentado en la silla del escritorio, observando la fría y oscura calle.
Dormito, con esos inquietos sueños abordando mi subconsciente. Es de día, el arco iris predomina en el azul celeste del matutino cielo. Aspiro la brisa fresca de las montañas, que emana de sus ríos, de sus peces, de sus despeñadas rocas.
De pronto, unas oscuras nubes se acercan y dejan caer el agua contenida y retenida durante muchos días. Las frías gotas contactan con cada centímetro de mi desnuda piel, recorriéndome un escalofrío por el espinazo. Esas frías gotas se tornan hielo, que siento caer cada vez con mayor fuerza. Ahora ya unas grandes piedras me caen encima, magullando mis helados huesos. La piel se desgarra con cada nueva pedrada...
Grito sobresaltado, aún recuerdo vívidamente ese extraño sueño ¿o quizá mal sueño?