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No podía evitarlo; cada vez que pasaba frente a la tienda de muñecas, entraba a visitarla a ella, la pelirroja junto al mostrador. Tenía rostro ovalado, piel tersa, cabellos lisos. Vestía ropa casual, algo ajustada, y sonreía ampliamente. Estaba dentro de una caja, la que colgaba de uno de los largos ganchos que se encontraban en el pasillo.
Las vendedoras ya lo conocían, pero ninguna le decía nada. Y es que Nonato Cabrera era como un fantasma, silencioso, siempre desapercibido. Entraba todos los días en su hora de colación a visitarla; “Shirley Malibu”, con tez blanca y mirada azul, tan parecida a Anita, su esposa. Se quedaba mirándola, intentando atravesar discretamente la envoltura de plástico que la protegía, que la mantenía distante de él.
En su necesidad de tocarla, había ideado una estrategia: tomaba disimuladamente alguna de las cajas y la rompía con las llaves de su casa. Así, cuando nadie estaba mirando, estiraba su mano hasta el fondo del envoltorio y podía tocar su piel fría, limpia, perfecta, igual a la de Anita.

Ese día se llevó una gran sorpresa. Shirley ya no estaba dentro de su caja en el pasillo junto al mostrador; Ahora estaba en un cesto a la entrada de la tienda, con un cartel blanco que señalaba “remate navideño”.
Desconcertado, se acercó al canasto y por primera vez pudo tomar a Shirley Malibu en sus manos sin tener que ocultarse de nadie. Sonrió complacido, disfrutando de algo que hacía mucho deseaba hacer. Una vendedora se acercó y le dijo:
-Estas muñecas están en liquidación, señor, sólo van quedando las que ve aquí. Si le gustan tanto, le recomiendo que compre una ahora, pues para la próxima semana seguramente ya se habrán agotado, y no sé cuando vuelvan a traer otra de ésas.
Agotado. Ella había dicho que Shirley Malibu iba a agotarse, que se la llevaría otro. Y se parecía tanto a su esposa.
-¿Y porqué las sacaron de sus cajas?...
-Estaban todas rotas, nadie las compra en ese estado. Basta con que la cajita se deteriore para que las den por defectuosas. Por eso se venden como saldos, a precio costo.
Anita estaba en rebaja, le había dicho la mujer. Por su culpa las habían despojado de su casa y las tenían sin abrigo, en un refugio para damnificados. Todas con el pelo rojo, todas con la mirada azul, todas Anita, humilladas, en liquidación, sujetas a que cualquier mocosa la tomase con sus manos mugrientas y la embarrasen con restos de chocolate.
-¿Cuánto por el canasto entero? –preguntó resoluto, con la mirada en el horizonte, como si atravesase a la vendedora.
-¿Las va a comprar todas?
Nonato tomó a la muñeca que tenía en las manos y la miró a los ojos. Era ella, sin dudas era Anita. Con su dedo pulgar oprimió el rostro de Shriley con fuerza, hasta dejarlo chato y desfigurado. Alzando la vista con un dejo de satisfacción, esbozó una tenue sonrisa y enfatizó su pedido:
-Me lo llevo entero. Que no quede ninguna Shirley Malibu.
La otra, algo desconcertada, no hizo más preguntas y envolvió las muñecas. Nonato hizo el cheque sin soltar a la que tenía en la mano. La vendedora pudo notar que el hombre se notaba más relajado, más liviano, como si al comprar aquél lote hubiese recuperado algo que llevaba mucho tiempo perdido.

Nonato llegó a su casa con veinte muñecas dentro de una bolsa; había pedido la tarde libre en su oficina para darse aquél gusto. Entró a su escritorio, cerró la puerta con llave y las dispuso sobre la mesa. Tenía una entre dedos cuando escuchó un ruido en el primer piso. Guardó rápidamente las muñecas en un cajón, quedándose solamente con una de ellas en las manos.
-¿Nonato, eres tú? ¿Qué haces en casa a esta hora?
-Anita –sonrió temblando, ocultando a Shirley tras sus espaldas –pensé que tenías turno esta tarde....
Al estar ante la presencia de su esposa, instintivamente llevó el dedo gordo a la cara de Shirley Malibu, y comenzó a apretarla con fuerza.
-Y yo creía que estabas en tu oficina. Pero me parece excelente que estés aquí, tengo que ir a al supermercado y a la peluquería. No sabía cómo me las iba a arreglar para dividirme en dos. ¿Te parece que vayamos ahora mismo?
Nonato oprimió la cara de Shirley con más intensidad, hasta que la sintió reventar entre sus dedos. Cerró los ojos intentando disimular la satisfacción de su rostro y, sonriendo tenuemente, besó a su esposa en la mejilla.
-Lo que usted diga, mi vida.
Y partió rumbo al supermercado, un paso más atrás que ella, ocultando en el bolsillo de su chaqueta a la Shirley sin rostro y asfixiada, pelirroja, como Anita.

Texto agregado el 30-11-2006, y leído por 121 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-01-2007 algo irònico...jeje buen relato luzyalegria
30-11-2006 Me gustó el relato. theonlyerath
 
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