Esta mañana me he salido de clases, como a las nueve, baje del salón a conseguir un poco de papel para la clase de acuarela; pues en el salón a nadie le sobraba. Todos los días destapaba la cajita de acuarelas que compre al llegar a Popayán. Sacaba los tubitos para intentar olerlos, me metía los pinceles a la boca y movía los brazos pintando en el aire; sin embargo, había olvidado el papel. Cuando volví al salón todos yacían bailando entre colores aguados, fue inevitable; la rabia, la impotencia, la envidia. Eran tantas cosas que las tome todas y sin mirar o pensar en algo, las metí en el maletín y me fui. Como una a persona a medias, sabes a que me refiero. A lo mejor debí hablarle a la profesora, pero abogue por mi humanidad, un tanto animalesca.
Y me parece perder la gallardía, la templanza, el compromiso de un guerrero, siete de espadas. Sí, la fuerza la tengo perdida. Ahora pienso mucho y el tiempo se me va en paradojas discontinuas, no puedo llevar libros a casa aun y ni paso tiempo en la facultad, prefiero montar en la bicicleta y salir a pensar, a ver la gente normal, también en sus azares discontinuos. Ayer perdí la chocolatina que me regalaron pero tengo leche y chocolate, mucho chocolate en mi casa, y eso es divertido. Por eso me gusta llegar a tomar una taza caliente con Ducales. Enciendo la música, como esta mañana, y escribo un poco de esto, de ella, sin el, por esto, con ella, sin esto. Capturando teclas.
Quisiera un tanto no escribir de esta manera, menos a ti que en la borrasca de la monotonía te encuentras. Pero si no es a ti, terminaría escribiendo para mí los versos más incongruentes de la vida. Como estos.
(…) de nuevo, en frente de la pantalla, como un agüero de protección.
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