El doctor K. era el científico jefe de un pionero laboratorio vienés. Ejemplar a ejemplar, muestra a muestra, analizó la bandada desnucada. Uno tras otro, los pájaros habían chocado seguidos contra la misma cristalera. Preguntado en la rueda de prensa por un posible caso de gripe aviar negó con la cabeza. “Esta mañana escuché a un colega de profesión. Lo entrevistaba una emisora aquí presente. Ha establecido una hipotética teoría suicida sobre el suceso y una comparación en firme con ciertas especies de cetáceos. Me sorprendió. Desconocía su avanzado grado de especialización en los comportamientos suicidas de las manadas de ballenas, y mucho menos que tuviera tan avanzados sus estudios en el mismo campo respecto a las aves. La próxima vez que lo vea le preguntaré si sus ballenas vararon borrachas. Nuestros pájaros se rompieron la cabeza como cubas. Habían comido bayas fermentadas.”