Intento de Suicidio
Esa mañana B se levantó más temprano que todos en la ciudad, porque ya sabía exactamente lo que haría. B era un hombre de mediana edad. Ya había vivido lo suficiente como para saber que no quería vivir de igual forma lo que le quedaba de tiempo, y creía que lo que le restaba no le alcanzaría para cambiar su vida hacia algo que realmente valiera la pena de ser vivido. Tan simples como esas fueron las reflexiones que llevaron a nuestro protagonista a cometer el suicidio que pronto les narraré; o, más bien, a intentar cometerlo, como ya se enterarán.
A pocos kilómetros de distancia de la gran ciudad en que B vivía o terminaba de vivir, y junto a una hermosa pradera verde, existía una gran falla geológica conocida como la Grieta del Infierno. Muchos habían sido los desgraciados que, cansados de la vida, al igual que nuestro amigo B, el deseo de la no existencia los llamaba desde las profundidades de aquel abismo. Para quienes se quedaban en la tierra de los vivos, aquellas demostraciones no eran más que saltos directos hacia el infierno, evitándose todas las burocracias y pasos intermedios a los que nuestras teologías y religiones más antiguas nos tienen acostumbrados. “Directo a los aposentos de Lucifer”, decían los ancianos cada vez que algún “casi-suicida” saltaba hacia las entrañas de la tierra.
Desde la superficie no se veía el fin. Contaba la leyenda que alguna vez se intentó medir la profundidad de la grieta, pero que nunca se consiguió, culpando los ancianos a los poderes del Maligno, quien no deseaba ser aún encarado a Los Vivos. La verdad no me ha sido posible encontrar pruebas acerca de estos intentos, lo que nos obligará a confiar en su transmisión oral durante el resto de este relato, hecho que no cambiará mayormente el curso de los acontecimientos que pronto conocerán.
La carta de despedida que B dejó decía:
“A quien corresponda:
No encuentro ningún sentido a mi existencia en este mundo. No creo tampoco en la existencia de otro mundo después de éste. Si dependiera de mi, hubiera creado un lugar totalmente diferente, un espacio en donde el enfrentar cada día no fuera una competencia con otros, ni un intento desesperado por demostrar algo que no somos o no queremos ser. Crearía un mundo en donde sólo viviéramos por el placer de vivir.
No me creo tampoco capaz de cambiar el mundo para acercarlo a mi deseo. Así es como no me queda otra salida que dejar de vivir entre ustedes.
Adiós.”
Sin remordimientos y sin odios, sólo con la tranquilidad de quien no tiene nada que perder, es que B se encaminó hacia las afueras de la ciudad en busca de la Grieta del Infierno. Condujo sin prisa, pero sin demorar su destino. Detuvo su automóvil a unos ochenta metros del abismo, aferró sus manos al volante, cerró los ojos y aceleró a fondo.
En entrevistas posteriores pudimos obtener algunas de las imágenes y sensaciones que pasaron por la mente de B durante esos segundos. “Mi corazón latía a cien por hora, imágenes de mi niñez pasaban por mi mente, no me arrepentí ni por un segundo, al final sentí una paz interior incomparable, hasta que comenzó la caída”.
“El miedo se apoderó de mí cuando sentí la aceleración arrastrando mi estómago hacia atrás, sólo esperaba el golpe que acabaría con todo, el sonido de los vidrios rompiéndose y aplastándome contra las rocas al fondo del abismo”.
Pero el golpe nunca llegó. El tiempo de caída se prolongó más allá de lo razonable hasta que B sintió que las ruedas del automóvil, el que aún apuntaba hacia abajo, comenzaron a rodar rozando con la pared de la grieta. El suelo al fondo del abismo presentaba una curvatura muy suave y parecía muy liso. Mientras el suelo se volvía cada vez más horizontal, B intentaba adivinar qué sucedía, sólo imaginen su confusión, esperando un golpe mortal y obteniendo un perfecto y suave aterrizaje.
El suelo comenzó a subir, lo que disminuía la velocidad del vehículo. Justo cuando pensaba que el vehículo se detendría, éste comenzó nuevamente una caída al vacío. Esta vez duró sólo un par de segundos, después de los cuales B sintió un sonido familiar, como de un objeto pesado cayendo al agua. Cuando el vital líquido comenzó a entrar al automóvil, B pensó en quedarse ahí a cumplir su objetivo inicial, el abandonar el mundo. Es al instinto de supervivencia de nuestro protagonista a quien debemos agradecer el contar con historias aún por narrar en este relato.
Como pudo, salió del automóvil y nadó durante varios minutos, en absoluta oscuridad, hasta que alcanzó una orilla. El terreno se sentía duro y extremadamente liso, igual al de las paredes curvas que detuvieron la caída, pensaba B, mientras descansaba recostado en la oscuridad, donde finalmente se durmió.
*****
¿Han despertado en la mitad de la noche, en alguna habitación desconocida que se encuentre bajo el manto de una oscuridad absoluta? Miedo es lo que B sintió al despertar y recordar lo sucedido. ¿Dónde estaba? ¿Acaso debía sufrir la lenta agonía de una muerte por hambre, por soledad o por aburrimiento? No, no lo haría. Algo le recordó a nuestro protagonista que no tenía nada que perder, eso lo alentó a ponerse de pie y caminar con los brazos estirados por delante. El miedo se fue poco a poco transformando en curiosidad. Avanzó pisando el suelo aún liso y horizontal durante un par de minutos hasta que sus manos sintieron el mismo frío material del suelo, ahora en las paredes.
No podría darles una buena razón (B tampoco pudo darnos una) del por qué, pero al encontrarse con la pared, B dobló hacia su derecha. Quizá sea sólo porque fue su mano derecha la que primero tocó la pared. El hecho es que el camino hacia la derecha condujo a nuestro amigo de vuelta hacia el lago, desde donde finalmente retrocedió hasta el punto de contacto inicial con la pared. Desde ese lugar continuó caminando apoyado en el muro, tal como si inicialmente hubiese escogido ir hacia la izquierda.
Si ustedes consideran que el párrafo anterior sobra en esta historia, estoy totalmente de acuerdo, ya que B volvió al punto inicial de contacto y desde ahí a su izquierda. Perfectamente podría haberles mentido y, desde el inicio hacerles creer que dobló hacia su izquierda, ahorrándome tinta y el valioso tiempo de ustedes, sin embargo eso hubiera significado cambiar la historia que B me contó, y quien sabe si él algún día leerá estas líneas. Por otra parte, al demostrar que la otra elección no lo llevaba a ningún lado (B no entraría nuevamente al frío lago - ¿les comenté que era frío?) les estoy creando a ustedes la imagen de que es “el destino” quien quiso que B se dirigiera a la izquierda, porque demostré que no tenía otra opción.
Caminó nuestro protagonista durante casi una hora y ya se encontraba cansado y a punto de desistir cuando la pared en la que apoyaba su mano derecha desapareció de pronto y él se encontró una vez más de cara en el frío y húmedo suelo de la caverna por la que transitaba. Al abrir los ojos (sólo por instinto, porque no esperaba encontrar nada diferente a la oscuridad de la última hora de viaje) B divisó un resplandor a la distancia.
El camino (o túnel si prefieren llamarlo de esa forma) dibujaba una curva hacia la derecha, punto en el que nuestro amigo cayó al suelo, y, desde ahí, se observaba un luz blanca y muy difusa, tan espectral que durante algunos segundos nuestro personaje se creyó en el camino hacia el mundo de los muertos, dirigiéndose hacia la entrada de ese mundo que nunca pensó que pudiese existir. El dolor en su nariz, producto de la última caída, le hizo rápidamente olvidarse de esos pensamientos sin sentido, y le obligó a concentrarse en ese blanco resplandor al final del túnel.
Caminó durante otra hora, durante la cual la luz comenzó a crecer hasta cubrir todo el fondo del túnel. Si consideramos que B llevaba ya casi dos horas caminando en la más absoluta de las oscuridades, entenderemos por qué él no fue capaz de reconocer nada hasta estar a sólo unos metros de la fuente de esa luz.
*****
El cerebro de B se negaba a procesar las imágenes que sus ojos le estaban enviando. Bueno, esas no fueron las palabras con que él me narró esa parte de la historia, él sólo me dijo “no podía creer lo que veía”, pero yo me coloco en su lugar y creo más exacto decir que eso que él veía, no cabía en el cerebro de una persona que había vivido las últimas horas en su cuerpo.
Abrió y cerró los ojos repetidas veces hasta que la imagen logró estamparse casi a la fuerza en su cerebro. Estaba frente a una pequeña ciudad construida a cientos de metros bajo tierra. El cielo estaba compuesto por la luz blanca, difusa y espectral que lo dirigió durante la última hora. La ciudad estaba rodeada por zonas verdes, había un pequeño lago y un gran cráter en uno de sus extremos. A lo lejos, a varios kilómetros de distancia, se observaban altísimas paredes que rodeaban todo ese pequeño mundo y que parecían conectarse con el alto cielo que emitía la luz.
La visión de aquel mundo subterráneo fue demasiado para el estresado cerebro de nuestro suicida protagonista, quien terminó por desmayarse y permanecer inconsciente durante otro par de horas. En este punto de la historia me gustaría contar con alguna forma de entregarles imágenes, señores lectores, ya que las palabras no me alcanzan para describir lo que nuestro amigo vio al despertar. En realidad si me alcanzan, ya que fue mediante las palabras que B me lo hizo saber, es sólo que imagino la escena y me gustaría presentárselas en fotografías o imágenes en movimiento. Imaginen que lentamente abren sus párpados mientras escuchan una suave música de cuerdas, todo el ambiente está iluminado por esa luz blanca, (la que ahora parece menos espectral) y frente a ustedes ven a una hermosa joven de largos y lisos cabellos rubios, con una corona de pequeñas flores blancas rodeando su cabeza, quien les pregunta con una voz casi celestial. “¿te sientes bien?”
Tres veces tuvo nuestro protagonista que abrir y cerrar sus ojos para convencerse de aquello que veía. La joven le dijo a B que lo estaba esperando desde hacía un par de años, confesión que nuestro amigo no entendió en absoluto (al igual que ustedes, me imagino, pero ya les explicaré). La joven se llamaba Esmeralda y era de las nacidas “bajo tierra”, y por eso debía tener un nombre de mineral o piedra preciosa, según ella misma le confesó a nuestro asombrado protagonista.
Fue Esmeralda quien le explicó a B en donde se encontraba. Debido al material de que estaban hecha las paredes y el suelo al final de la gran grieta, casi todos quienes caían o se lanzaban a ella sobrevivían y, con el tiempo, habían llegado a construir una ciudad en las profundidades. La ciudad estaba ubicada en una gran sala con un cielo compuesto de mineral de cuarzo. Casi llegando al final de la gran sala (en donde estaban las altas paredes) había una profunda grieta que dejaba ver la lava ardiente que se agitaba en las entrañas del planeta. La radiación de este magma era la que se reflejaba en el cuarzo del cielo, esparciendo la difusa y, a veces espectral, luz que iluminaba y calentaba el pequeño mundo donde se encontraba nuestro protagonista. Como es bien sabido en geología, la gravedad de la luna afecta al infierno líquido que vive en el centro de nuestro planeta, lo que resultaba en que la lava en la grieta era visible sólo por un período de tiempo y luego se escondía en otro sector del centro de nuestro globo. Este efecto creaba una sensación similar al día y la noche en la superficie (ya que no estaba la fuente generadora de la luz blanca), lo que guiaba al tiempo y establecía ciclos y horarios para los habitantes.
Junto con las personas caían a la grieta semillas de plantas e incluso animales, los que sobrevivían también y eran criados en los pastizales aledaños a la ciudad. La ciudad estaba habitada principalmente por personas que habían intentado suicidarse lanzándose por la Grieta del Infierno, al igual que nuestro protagonista. En segundo lugar estaban las personas que habían nacido dentro de ese mundo y finalmente un par de conductores ebrios que se habían accidentado y terminaron sin saberlo en aquella ciudad. Fueron los representantes del primer grupo, los suicidas fallidos, quienes bautizaron a la ciudad como “Segunda Oportunidad” y en ella vivían ahora cerca de cuarenta personas.
Como antes se los comentamos, Esmeralda le dijo a B que lo estaba esperando. Ella era una de las nacidas bajo tierra, y , dada la relativamente poca gente desde donde escoger, ella esperaba que desde la superficie cayera quien sería su futuro esposo. La lista de espera por una pareja estaba compuesta siempre por jóvenes mujeres. No he estudiado estadísticamente este hecho como para confirmarlo, pero creo que la razón es que ellas tienen más tendencia a quitarse la vida que los hombres, y por eso su población es mayor en aquellas profundidades.
Veinte minutos tardó Esmeralda en contarles todo lo que acá, en forma tan resumida, les he narrado. Imaginen el estado mental de B al enterarse de cómo existía, sobrevivía y se organizaba este pequeño mundo de las profundidades. Si no hubiera visto con sus propios ojos las construcciones, el lago, la luz y a Esmeralda, no lo habría creído. Luego de la charla con su prometida, B se durmió profundamente una vez más y soñó un largo y colorido sueño acerca de su futuro. Evaluó su condición en el nuevo mundo en que se encontraba y pensó que quizá eso era lo que él necesitaba. Era un mundo pequeño, compuesto por gente que estaba seguramente tan aburrida del mundo de acá arriba, (por algo la mayoría se suicidó) que de seguro habían creado allá abajo el espacio con el que B siempre soñó y que no se creía capaz, o con el tiempo suficiente para crear en nuestro superficial espacio, sintió entonces renovadas ganas de vivir.
Ese sueño de B fue el punto de quiebre entre su pasado suicida y su, por ahora, prometedor futuro. Se preparó nuestro amigo a vivir su segunda oportunidad en la ciudad del mismo nombre. Se entrevistó B con los ancianos de la ciudad (los primeros suicidas) y decidieron que se dedicaría al pastoreo del ganado, un empleo agradable y tranquilo, que le dejaría el tiempo necesario para meditar acerca de su nueva condición.
Los primeros días de B en la Ciudad de Segunda Oportunidad fueron tranquilos y, hasta me atrevería a decir, alegres, aunque él nunca los calificó en esos términos en nuestras posteriores conversaciones. Fue luego de un par de semanas de vivir entre vacas y Esmeralda que B comenzó a notar ciertas actitudes que le resultaron demasiado familiares. Esmeralda le preguntó cierto día si pensaba trabajar para siempre como pastor o buscaría algo que le produjera más ingresos, advirtiéndole que no había esperado durante largos años que le cayera un hombre flojo y que deseaba que pronto compraran una casa más grande para la gran familia que deseaba tener.
B no entendía las exigencias de Esmeralda, para él todo eso había quedado atrás, así es como luego de esta casi discusión con su prometida, se dirigió al bar de la ciudad a conversar con algunos hombres para que le explicaran lo que sucedía. Ahí fue donde nuestro amigo recibió el segundo golpe, todos los hombres con lo que habló habían decidido terminar con sus vidas por problemas de amor no correspondido, por infidelidades o simplemente porque estaban económicamente agobiados, pero ninguno se planteaba los problemas de fondo, aquellas cosas que B odiaba de nuestra sociedad y que no lo dejaron vivir sólo por vivir, sin aparentar y deseando sólo lo necesario para ser feliz.
La tristeza se apoderó de nuestro amigo, justo cuando había visto una luz de esperanza, ésta se apagaba mostrando exactamente los mismos problemas que antes. B se sentía exactamente en el mismo punto en que se encontraba cuando decidió lanzarse a la “Grieta del Infierno”. La siguiente decisión fue un camino natural, producto de la misma cadena de pensamientos originales, B se propuso lanzarse ahora hacia la grieta de la lava ardiente, y así terminar con su vida, ahora por última vez.
*****
Esa mañana B se levantó más temprano que todos en la ciudad, porque ya sabía exactamente lo que haría. Se dirigió caminando tranquilamente hacia la grieta de la lava ardiente y se detuvo ante ella mientras respiraba profundamente. Se lanzó en una rápida carrera y con todas sus fuerzas, al llegar justo al borde de la grieta dio un increíble salto hacia arriba y adelante mientras cerraba los ojos.
El tiempo comenzó a transcurrir, sintió su cuerpo inmóvil en el aire y comenzó a prepararse para el golpe de calor que instantáneamente acabaría con su vida. Cuando comenzó a caer, empezó a recordar una vez más los principales hechos de su vida, desde su niñez hasta sus últimos y aburridos años, sólo que esta vez agregó los recuerdos de sus últimos días en la ciudad de Segunda Oportunidad. Estaba ya cayendo cuando una idea se formó en su mente, había ahora una gran diferencia entre el primer intento de suicidio y éste, ahora había tenido la oportunidad de cambiar el comportamiento de la gente de esta ciudad (eran sólo cuarenta personas) pero ni siquiera se le había ocurrido, ¿por qué?. La respuesta le llegó en el mismo momento, porque esas características que él odiaba de nuestras sociedades estaban demasiado inmersas en las costumbres de la gente, eran parte de su comportamiento habitual y no alcanzaban a ser erradicadas en el espacio de una vida, y quizá de muchas vidas, como lo demostraban los hijos de los suicidas fundadores. Entonces, ¿no había remedio? La respuesta que B encontró fue otra, y gracias a esa respuesta es que él luego pudo darme a conocer su historia. La sola esperanza de haber descubierto la ciudad ideal en Segunda Oportunidad le había devuelto las ganas de vivir por algunos días y eso le había gustado. Quizá podría aprender a vivir entre gente que sólo se interesa en aparentar y no sólo por el placer de vivir, quizá hasta podría encontrar otros como él, quizá existiesen muchos que se sentían igual y sólo bastaba buscarlos. En ese momento a B le volvieron las ganas de vivir, las ganas de darse una segunda oportunidad y se sintió aún peor al percatarse que estaba a medio camino de caer en la grieta de la lava ardiente.
“Al menos moriré con valor” me dijo B que pensó en ese momento. No sé qué tan cierto pueda ser ni sé qué tanto puede él recordar de lo que sentía o pensaba en ese momento, sólo se que nuestro amigo abrió los ojos dispuesto a enfrentar el rojo de la lava que le quemaría en un segundo que ya parecía infinito, y sin saber lo que encontraría.
En vez de ver el rojo infernal que él esperaba, apareció el hermoso verde de una pradera, y a unos pocos metros, la visión del fin, la Grieta del Infierno.
No estoy seguro exactamente de cuánto tiempo transcurrió entre los originales ochenta metros de distancia y los ahora diez metros que separaban a B de su muerte, después de un par de cálculo sólo puedo estimar que transcurrieron entre cinco y diez segundos (el automóvil que B conducía ese día no era muy potente) y que esos segundos fueron suficientes para que la historia de la ciudad de Segunda Oportunidad se creara en su mente. En este cálculo si que creo estar más cerca de lo real: sólo un segundo transcurrió entre que B abrió los ojos y que saltó por la puerta del coche, no contaba con más tiempo que ese. Me narró luego B que quedó tirado a no más de un metro del borde de la grieta, muy golpeado, pero consciente y esperando el golpe del coche al final del abismo. El golpe nunca llegó, me dice B (obviamente no lo puedo corroborar, pero si estamos dispuestos a creerle la historia anterior, no veo por qué no creerle también esta parte) sólo escuchó el familiar sonido de un objeto pesado cayendo al agua.
Cuando B se recuperó de los golpes producto del salto desde el automóvil en marcha, fue derivado a tratamiento psiquiátrico, y ahí es donde lo conocí. Ahora comprenderán por qué nunca pude darles a conocer el nombre exacto de mi paciente, sólo les puedo comentar que ya está completamente recuperado y que tiene unas ganas locas de vivir su vida.
Jota |