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Certeza

El cuarto estaba a oscuras y el rastrillo a mi lado. Sólo entraba un rayo de luz, de esa luz tan característica de la noche, por el espacio que había entre las dos cortinas. Me alejé, sin embargo, lo más que pude del breve lugar iluminado del cuarto. Estaba en un sillón pegado a la pared, donde me concentraba en la sensación del terciopelo en mi cuerpo completamente desnudo. Ni siquiera es tan suave como para ser placentero –pensé mientras me levantaba. La madera, en cambio, si que se sentía bien bajo mis pies. Imaginé mi cabello del color de aquel piso y sonreí. Empecé a caminar: Uno, cuatro, un dolor ¿qué es lo que acabo de pisar? Un pedazo de uña ¿Mía? Tal vez no…siete, ocho…diez pasos me tomó llegar a la pared de enfrente; sólo entonces me di cuenta de lo pequeño que era el cuarto en realidad. Los ojos se me humedecieron y me sentí estúpida; me apresuré a secarlos. Le di la espalda a la recién encontrada pared y, ahora recargada en ella, me fui dejando caer. Raspa, seguro que la espalda me duele después de esto. No importa, sigo mi camino hacia abajo hasta que mis muslos sienten de nuevo el agradable frío del piso. Estática una vez más, me quedo así durante algún tiempo que no conté, que ya está perdido y que no importa. Bajo la vista y me paso una mano repetidamente por la cabeza tersa y libre de cabello.

Las lágrimas, asquerosamente calientes, fluyen otra vez y no necesito guiarlas más; su recorrido ha sido grabado en mi cara, como un camino que has andado tantas veces que dejas de necesitar instrucciones. Mi sangre y mi carne gritan, pero no puedo hablar cuando no he comprendido… ¿debo entonces silenciarlas? Las dudas me atraviesan otra vez, y mis uñas se deshacen de nuevo y mis manos frías se refugian en mi cuerpo tratando de recobrar el color perdido. Abrí los ojos y odié una vez más la luz…el vacío se vive de tantas maneras, pero se vive más intensamente cuando uno toma conciencia de quien en realidad es.

Esta oscura y fría que soy, irremediablemente hueca, siempre en busca de la, ya se, inalcanzable completud. Buscándola en lugares donde sospecho no se esconde; en la última gota de tequila, en las palabras de alguna canción, en tu cuerpo, siempre en tu cuerpo, en versos y frases inconexas que nacen de mí como pájaros que vuelan cuando se agita un árbol al atardecer.

Cuando por fin me sentí con el suficiente valor, me levanté y me paré con las piernas lo suficientemente separadas justo frente a la enorme ventana. Casi ya no sentía la sangre escurriendo desde mis muñecas…No necesito ya nada. Ahora el débil rayo de luz grisácea atravesaba mi cuerpo a la mitad y la certeza de que la completud se alcanza cuando uno deja de desear, me invade.

Texto agregado el 28-11-2006, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-11-2006 Excelente!!****** terref
 
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