El resumen es este: se me escapa el amor. No deseo que sea así, pero lo intuyo. En el sutil fluir diario se me escapa, en los besos que doy se desgasta y en los que no recibo se diluye. No quiero terminar con esto, ha sido el centro de mi vida, no quiero. Pero, tampoco sé retener en mi interior la pasión, el ansia, el deseo. Poco a poco se ha convertido en la cómoda convivencia con el conocido compañero. Los chirridos son tan domésticos y tan poco estridentes que devienen cómodos, correctos. Nada es excesivamente apasionado, tan solo los encendidos debates sobre economía doméstica. Esta domesticación mutua se percibe desde fuera como una gran complicidad. No se si estoy dispuesta a seguir con el “estado de bienestar” y tal vez me plantee una “revolución”. Tengo miedo, se que este estado es cómodo, mas o menos fácil de llevar y que es fruto de la mutua modificación que nos hemos producido durante 15 años. Se que es lo que deseé y también se que los sueños, sueños son. No se puede mantener un sueño y pretender que cuando este se materializa se rija por las leyes de lo utópico deseado. Cuando lo soñado se alcanza es necesario que se trasforme algo para poder continuar aceptando el pañuelo del reto y continuar con el duelo por la vida.