Las transmisiones de fútbol domingueras me eran, en aquella época, un ritual.
La retórica de los relatores y los comentaristas bien podría usarse de inspiración para escribir cualquier cosa. Gente como el relator Molinar, o Bernacchi, el tano Bernacchi, comentarista de los que siempre sacaban un latiguillo memorable; “le tiró una pelota lenta, una hoja de otoño”, o “la bocha en el kilómetro cero”, o “justito ahora que el cielo se pone a llorar, Gonzáles les manda el gol para el llanto en las tribunas”… cosas así, como sellos inconfundibles.
Aníbal Molinar y José Bernacchi estaban en la radio que me acompañaba en esos días de privacidad junto al mate amargo de la tarde. Hasta se podía leer un libro o escribir un cuento o lavar la ropa… diría que el fútbol era una excusa y que en realidad buscaba el clima de la radio como quien prende la estufa.
Y fue en un partido ordinario, un Independiente – Vélez, de un torneo que los tenía a media agua sin chances de salir en los primeros puestos y sólo por cumplir con el fixture, cuando aconteció el confuso episodio que ahora me tiene tenso.
Con la radio uno puede ver las cosas como quiere y sin temor a equivocarse. El folklore del fútbol se hace sólido y se aprecian los pormenores del encuentro, las tribunas y la dureza del juego. Aquella vez no había gran cosa para que los locutores se lucieran, una displicencia de voces parecía flotar en casa entre el murmullo ameno de los hombres y las frituras del éter.
Yo leía algo y tomaba mate al lado de la ventana de un noviembre caliente que había atrasado las lluvias como de vez en cuando los noviembres. Promediaba el primer tiempo, cuando al relator Molinar le dio por decir que el partido había caído en un pozo, y que menos mal que un tal Tromponi, el armador de Vélez, jugaba con ganas de cambiar la historia. Como a los dos minutos llegó el gol de Independiente, una contra, un pelotazo de cuarenta metros que dejó solo al nueve con el arquero. Ahí nomás, y como pinchando al inminente comentario de Bernacchi, Molinar exclamó: —Qué inmerecido el tanto del Rojo en el mejor momento del equipo de Liniers—, como con bronca.
Pero el tano, y vaya uno a saber por qué, le pateó el tablero, lo bajó de un hondazo: —El gol llegó gracias a una bobería de un anodino Tromponi que perdió una pelota imposible en un burdo ataque de Vélez… —O algo así.
Alguno en aquel recinto de emisión dejó escapar una risita perversa que salió al aire. Yo subí el volumen y quedé atento, no recuerdo qué leía.
Molinar carraspeaba con ganas cada pelota que jugaba Tromponi, pero el tiempo se iba sin nada; pensé que todo quedaría atrás, que el juego acabaría sin más y terminaría mi lectura mientras la yerba se lavaba y alguna vecina subía al techo a sacar la ropa tendida como siempre en esos casos.
—Tarjeta amarilla para Tromponi, y ahora puede aumentar la cuenta Independiente en este tiro libre insólito…
Lo tiraron afuera, Supuse que Molinar estaría tranquilo; yo había perdido el hilo del partido, tenía la sensación de que el clima estaba enrarecido en la cabina de transmisión. Terminó el primer tiempo. Uno a cero ganaba el Rojo. Hubo una comunicación con los demás periodistas que decían del desarrollo de los demás encuentros con los marcadores, uno en cada estadio; luego los avisos publicitarios y, por fin, el comentario especializado del tano José Bernacchi, que empezó incisivo, como con malicia:
—Pero qué burrada la de Tromponi, si yo fuera el técnico lo sacaría para lo que resta del partido… un patético rendimiento del equipo de Vélez que ha jugado como un combinado de oficinistas…
Se entiende que los diálogos no son textuales, han pasado años de esto que cuento. Imagino a Molinar comiéndose los codos y escupiendo bilis, no sé bien por qué parece que lo veo. Lo respiraba entonces. Seguía el tano con su perorata:
—Independiente fue más inteligente, con un buen manejo de la pelota y atento a la hora de convertir; con oficio, con garra, pero, sobre todo, con inteligencia…
Molinar lo increpó, casi con franqueza, pero disimulando un poco.
—¿No te parece que el gol de Romero fue de suerte…?
—Usted no se meta en mi trabajo —cortó Bernacchi sin piedad— yo no relaté el primer tiempo y usted no me diga que fue de suerte ni que nada. Vélez jugó muy mal, sin ganas ni oficio ni juicio, y no estaría mal un tres a cero…
Esa frase larga me había dolido a mí, en mi casa y con mi libro sobre la mesa. Uno se acuerda de estas cosas porque sí, o por raras. Entonces como una campana del boxeo, se armó un lío en otra cancha. Unos tipos se estaban cagando a trompadas en la tribuna, la policía intervino y se suspendió el juego. Parece que hubo heridos, entonces todas las transmisiones se dedicaron a ello por unos minutos. Sospecho a Bernacchi en una esquina del ring, y en la otra, a un abatido Molinar tomando aire, pero no tanto.
—Qué barbaridad, Aníbal, con estos inadaptados de siempre, gente psicopática a la que poco interesa el fútbol y va a joder a los hinchas los domingos, a arruinar la fiesta…
—No digás pavadas, Bernacchi, que esos tipos están pagos, todo el mundo lo sabe y acá del primero al último de los cristianos se hacen los sorprendidos hablando boludeces…
El silencio siguiente se podía cortar con cuchillo y para tragarlo pité la bombilla hondo o algo por el estilo. Creo que pusieron la cortina musical de la radio que versaba “Radio cincuenta y cuatro, en su deporte del fin de semana…” con una tonadita rapsódica a lo “Rocky” y finalizaba con el número de sintonía, obviamente el 54.
Empezó la segunda etapa. Molinar anunció a los once de Vélez cuando salieron del vestuario. Cuando Tromponi volvía al ruedo le dedicó una especie de fanfarria, como echándoselo al comentarista Bernacchi que nada decía, o por lo menos al aire. Yo temía por la psiquis del relator; imaginaba a Tromponi tirando un penal, con el suspenso lógico de la situación, y la pelota yéndose al carajo por esas cosas que suelen pasar –un penal lo marra cualquiera-. Siempre me gustaron las historias difíciles. Todavía puedo sentirlo.
Y llegó el gol del empate, inesperado como esos que vienen de la nada. Parecían los grillos de la tarde los protagonistas, cuando desde un lateral hubo cinco pases seguidos y un defensor de Vélez la cabeceó a la red. El alarido de Molinar, colosal, partió de un tono de soprano en picada hasta hacerse un quejido ronco de hipopótamo y quedar, el hombre, desinflado como un fuelle. Casi podía verlo limpiarse la baba con un pañuelo. Vociferó, luego de respirar: —…y cuando la tardecita se hacía un bostezo infame, los de alba y celeste de la mano de un Tromponi pensante levantan los puños al cielo para poner una cuota de justicia al marcador. Grítenlo, señores, que así de equitativo es el fútbol… —Como desahogándose, el relator. Parecía feliz.
Ahora pienso en los miles de oyentes de aquella tarde, pendientes a lo que un servidor; en sus casas, en los taxis, manejando una locomotora, en los quioscos de diarios, algunos pescando en la costanera tomando algo fresco y soleándose… en todos los que esperábamos el comentario del tano Bernacchi, el inefable.
—Y sí, señores, un gol a las perdidas, un saque lateral que tomó mal parada a la línea de cuatro roja… no hay mucho para agregar de un partido terriblemente oprobioso; excepto que fue una verdadera suerte para Vélez que el desconcertado de Tromponi no se hallaba en su puesto de armador, cosa constante en este partido, y tuviera que sacar él mismo con las manos, porque de lo contrario estaríamos durmiendo, qué quieren que les diga…
Pero no hubo tiempo para silencios ni mucho menos, porque se había caldeado un poco la cuestión en el césped. Luego de sacar del medio el equipo rojo, parece que alguien le dio un codazo justito a Tromponi, quien reaccionó mal y tiró una especie de coz. El árbitro tuvo que amonestarlo nuevamente y Vélez quedó con un jugador menos, ni más ni menos que sin Tromponi. Mala suerte.
El tono de voz de Molinar cambió, sonó pastosa, a derrota, como quien reta a un niño que se ha lastimado en una acción tonta, casi dolido, paternal:
—Pero qué me hace, Tromponi, una jugada sin trascendencia y se me hace echar ahora que el partido se estaba poniendo interesante…
Desde las poco pobladas plateas salieron al aire algunos insultos, una moneda corriente en los estadios. La imagen que rescato ahora es harto conocida: la del entrenador parándose del banco a increpar al referí con la mirada y luego la vista hacia el pasto, resignado y la mano dibujando un semicírculo de adelante a atrás, a arriba, de espaldas al suceso y a la salida del jugador cabizbajo: lo que se estila en esas contingencias.
Pero en la radio fue el turno de Bernacchi que debió beberse un trago de agua antes de la estocada terrible, verbal, certera, mala:
—Pero qué burro este Tromponi.
El punto final de la oración fue una pisada de elefante. Luego de esto, se me frunce el pecho al conmemorar el escupitajo que pudo oírse en todas las radios en el rango de alcance que no era pequeño. Nada más. El claro sonido de un gargajo por los parlantes, y luego algún forcejeo entre ruidos de piñazos y cosas que debían caer al suelo a romperse como todas las cosas de esa tarde que se hacía añicos rumbo a una noche que terminaría empatada.
Pasaron otra vez la cancioncita de la radio. Como a los diez minutos, alguien salió por el parlante como distante a decir que en la otra cancha la reyerta continuaba en las calles y la policía debía usar gases lacrimógenos. Pero eso era otra historia, que a nadie debió importar.
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