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Inicio / Cuenteros Locales / dra_katz / Mentiras (OTRO DÍA LO TERMINO)

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Una vida teñida de mentiras, eso es. La definición que, hasta hoy, me había sido imposible encontrar.
Y pensar que todo se remonta a años atrás, tanto tiempo sin siquiera volver a pensar en ello. Sin siquiera girar apenas la cabeza sobre el hombro derecho(si, hasta esta leve limitación me hace ver que la vida me pasó por encima: la artritis ya me impide girar la cabeza hacia el lado izquierdo) para asomarme a lo que fue mi pasado.
Cuando pienso en todo esto, sólo puedo recordar aquellos primeros años. ¡Sí! Esos en los que lo único importante era contentar a mamá, poder sentir que su orgullo hacia mí era válido, sentir que de una u otra forma le estaba pagando la gran deuda contraída para con ella al haber nacido y crecido bajo su ala protectora... Pero no.
Me cuesta determinar en qué momento fue que me dí cuenta, hasta podría decirse que decidí, que sus palabras no eran ley. Que ella era un simple ser humano como yo, que cometía los mismos errores que todos los demás. ¡Ingrata desilución, si las hay!
Pero el mundo esperaba por mí, o al menos eso pensaba en aquella época. Sólo quise salir a conocer, probar poner las manos sobre el fuego para quemarme por mi propia cuenta, y así poder crear mis propias heridas... Aunque, debo admitir, no siempre me fue tan bien como hubiera querido.
Los años difíciles son los más terribles de recordar pero, a la vez, son a los que tengo que recurrir más seguido para recordarme motivos, explicaciones, simples actitudes... Fue en ellos en los que más aprendí sobre el ser humano, sus sentimientos, sus bajos instintos, su necesidad por destacar.
Es que todo se basa en ello, incluso la psicología más profunda lo admite.
Pero, no nos dispersemos:
Mis padres eran un matrimonio humilde, criáronme en el mejor ambiente que pudieron hasta los 8 años, edad en la que terminaron de divorciarse definitivamente, tras haberme dejado un legado de memorias llenas de gritos, platos estrellados contra las paredes y huídas paternales a casa de la abuela.
A este, siguió un periodo de excesiva contención material por parte de aquella pobre mujer, mi madre. Sus presentes iban desde caras muñecas importadas, con sus respectivos vestiditos cubiertos de lentejuelas brillantes; hasta viajes cada fín de semana a algún rincón de la costa donde abstraernos del mundo en que nos encontrábamos.
Supongo que en un principio tanto color y ruido debe haber servido de fuerte distracción, la suficiente como para llevarme a sobrevivir unos cuatro años en la única compañía de mi madre.
Al cumplir mis doce años, aproximadamente, empecé a plantearme los típicos interrogantes de la edad. Pero, sobre todo, ¿Qué había sido de papá? ¿Cómo pagaba mamá todas aquellas cosas? ¿Porqué mamá, en vez de comprarme tantos regalos, no había decidido que nos mudáramos de la espantosa zona donde vivíamos?
No tardé en descubrir la despiadada verdad. Así, pude explicarme las órdenes imperiosas de mamá por mandarme a dormir temprano todas las noches, su preocupación constante por el aspecto de su pelo, su extrema necesidad de mantener su armario acorde a las modas insensatas que iban surgiendo.
Atar hilos, sacar conclusiones y decidir lo que está bien o mal, puede ser una tarea muy fácil para aquellos quienes tuvieron la suerte de crecer en un hogar armonioso, pero para mí, abrir los ojos y ver quién era realmente fue un golpe durísimo.
Justamente, debido a la zona en que vivíamos, terminé por adaptarme a un grupo de chicos más grandes que yo, con historias si no iguales a la mía, bastante parecidas, y a sus costumbres: cada atardecer, cerca de las 7, nos juntábamos en el portón de un viejo galpón alejado del caserío donde estaban nuestros hogares(si es que se los puede llamar así, simples casas de uno o dos ambientes como mucho, con sus frentes descascarados y perros ladrando en el patio) Ahí conocí todo un abanico de sustancias, una más destructiva que la otra, cada una, un nuevo portal hacia el olvido momentáneo de la asquerosa realidad.
Así, entre ausencias mías y de mi madre en casa, llegaron mis 17. De alguna manera, mis alas se extendieron solas, una leve ráfaga pudo conmigo, y simplemente heché a volar. Sólo pude...

Texto agregado el 28-11-2006, y leído por 108 visitantes. (1 voto)


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