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La ciudad de Lízila está enclavada sobre una serie de terrazas pétreas, frente al océano helado, en la más extrema latitud norte de continente. Más allá solo está el hielo perpetuo que lo cubre todo. El mar mismo hace años que espera despertar de debajo del manto blanco. Los volcanes de las Tierras Negras calientan el suelo y evitan que la ciudad muera sepultada por la nieve. La Edad Fría no cede desde hace 100 años. Los hombres del sur quedaron detrás de las barreras de hielo sin poder trasponerlas y los pobladores de la ciudad nunca volvieron a ver los fuegos de las caravanas periódicas del correo.
La ciudad está sola y cree estarlo para siempre. Los hombres del sur piensan que la hermosa fortaleza de granito rojo y basalto negro quedó prisionera en el hielo con sus pobladores muertos. Los destinos desencontrados tendrán algún día su meta común, falta aún mucho frío por llegar.
Sus construcciones cuelgan del acantilado negro como una colonia de corales marinos sacados a la luz del sol. La nieve permanente sobre sus calles de lajas multicolores se amontona en grandes túmulos. Los hombres saben que el sol es enemigo del hielo y que mientras más limpia esté la ciudad, más calor recibirán sus muros bermejos para almacenarlos para la noche.
Las surgentes internas de las montañas volcánicas corren por las acequias y se vuelcan definitivamente al mar que solo existe en una estrecha franja junto al acantilado de ébano.
Las calles abiertas son el lugar de reunión de los habitantes de Lízila, las recovas excavadas en el basalto son casas, templos o mercados. La ciudad ha carcomido al acantilado como una enfermedad, busca agua caliente, cobijo y un lugar donde sobrevivir al frío exterior.
Es difícil saber qué es ciudad y que es montaña, las formaciones naturales y los edificios se entremezclan y los techos y muros se apoyan en los abruptos bloques de lava negra. Interminables arquerías se suceden terraza por terraza hasta llegar al mar. Las estrechas calles de cornisa se abren cada tanto en pequeñas plazas de reunión, donde algún edificio corona su techumbre con las vértebras de los animales marinos. El granito rojo es traído del llano y se erige en muros prolijos que el basalto soporta como cimiento eterno. No hay argamasa, solo betún espeso que aisla las techumbres y evita que la humedad se filtre al interior de las casas. Los muros negros se adintelan con sillería roja, los rojos con el basalto del lugar. La escasa madera se reserva para los techos y muy pocos muebles, hay que extraerla de su tumba de nieve y aserrarla congelada para luego secarla en los hornos de la ciudad.

Pero la naturaleza hostil ha recompensado a los hombres de Lízila dándoles un combustible eficaz aparte de la fuerza termal de la montaña y el aceite de los animales marinos: un hongo que crece junto a las fuentes y que secado al sol, arde durante mucho tiempo sin consumirse.
Las lámparas de la noche arden también aquí como en el resto de Metón; la ciudad no está muerta, lejos de eso, es un rescoldo en la inmensidad helada y desierta.

Lízila cuelga del acantilado mirando el mar prisionero del hielo. Espera que la Edad Fría termine y las barreras de glaciares se retiren y marchen a sus alturas originales sobre las montañas. Cada verano es una esperanza cuando el sol crece en el cielo como un puño de luz. La ciudad se despereza, se libera de los fríos invernales e inventa un fugaz verano allí donde el hielo no desaparece. El sol crece aún más en el cielo y Sîma cambia de color en las noches, se tiñe de verdores y se cubre de nieblas vaporosas; el eterno invierno parece no afectar la faz cambiante de la luna. No habrá Edad Fría allá arriba?
El verano no será un descanso, servirá para reparar lo que el peso de la nieve a vencido durante el invierno oscuro, pasará rápido sobre la ciudad como una estrella fugaz, correrá hacia el sur donde nadie sospecha que la ciudad todavía resiste.
Cuando el invierno del invierno regrese y el cielo se opaque bajo el sol distante, las luces interiores de la ciudad brillaran como brilla su corazón de fuego.

Agosto de 1990.
Noviembre 2006

Relato de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190.

Texto agregado el 28-11-2006, y leído por 268 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-06-2007 Increíble descripción, me transportaste. scarqui
13-12-2006 Tu texto contiene un fuerte dosis de poesía que unido a la pulcritud de la escritura lo hace una pieza ampliamente recomendable. Felicitaciones y un saludo cordial marxtuein
01-12-2006 perfecto, no puedo hacer comentarios simplemente disfrute leyendolo.gracias.*****Pablo melenas
28-11-2006 Hermosa descripciòn que me hizo ver sta maravilla con tus palabras. doctora
 
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