"Tendrás que caminar mucho". Eso fue todo lo que escuchó de ella. Después, sin siquiera abrir los ojos, la vieja dejó de respirar y su pecho se hundió definitivamente entre las ropas andrajosas que la cubrían.
"No olvidés enterrarme y proteger al niño" Le había dicho.
Cavó como pudo una fosa junto al árbol donde la vieja se refugiara en vida, dejó al cuerpo con algunas pertenencias según se acostumbraba, envuelto en una manta descolorida, para terminar echando la tierra húmeda hasta llenar el pozo. Apisonó con sus pies la tierra floja, cortó ramas del árbol y las dispuso sobre la tumba para ocultar el aspecto removido de la tierra y confió a las lluvias la desaparición de los rastros.
No esperó el alba, juntó algunas cosas de la anciana que podrían servirle y recogió al bebé que dormía en su atado. Borró sus huellas con otra rama mientras dejaba e lugar y empezó su largo camino al sur, como la vieja le había dicho.
"Alejate de estas tierras, están enfermas y sus hombres no dejan de luchar entre sí." Tantas veces se lo había dicho que no podría olvidarlo.
"Salvá al niño de la enfermedad. Llevalo al Sur, a las tierras sanas, donde el mal no ha llegado." Y mientras había dicho esto había mirado por la ventana de sus choza como esperando algo.
La mañana llegó entre fuegos y hervores de nubes en el Este. Sacó galletas de su bolsa, las remojó en su boca y luego se las dió al niño que había despertado. Descansó junto al remanso de un arroyo, bebió toda el agua que pudo y recargó el odre por si no encontraba más durante el viaje.
"Mantené el naciente siempre a tu izquierda, el ocaso a tu derecha y cuidate del mediodía que puede confundirte".
"No hablés con nadie y menos con los hombres, pueden hacerte mal, hacé evidente a tu bebé, las mujeres con cría no son apetecibles por estas tierras. En el Sur son bendecidas y se las trata como reinas". ¿Que será una reina?.
Acomodó al bebé que mordisqueaba la galleta y reforzó la marcha. ¿Que tierra maravillosa será el Sur donde todo eso sucede?
Caminó durante toda la mañana y durante muchas mañanas y tardes alejándose de la enfermedad, recogió frutos de un árbol y alimentó a su niño con sus pulpas dulces. Bordeó una loma escarpada y siguió un sendero de “lenuros” que, sin duda, sería el camino más corto. Del otro lado de la loma encontró a la manada pastando los yuyos cortos y tiesos que cubrían el valle. Se arrimó despacio al grupo y se mezcló entre ellos sin que se asustaran, sentó al niño en el suelo y siguió a una hembra con un manojo de pasto para atraerla.
La “lenura” mordisqueó el pasto y entonces pudo ganar su confianza con caricias y voces suaves. Se sentó junto a ella, buscó sus tetas y la ordeñó pacientemente hasta llenar la calabaza partida que colgaba siempre del cordón de su cintura.
"No olvidés a la naturaleza Elamira, sólo ella te ayudará, sólo en ella encontrarás lo que necesités". Recordó el árbol de frutas y la “lenura” mansa que le dejaba sacar su leche. El niño bebió y se durmió entre rezongos, los animales se alejaron del lugar y quedó sola recostada junto al niño, adormilada por la siesta.
Retomó la marcha con su hijo a cuestas, pensando inmediatamente en la noche que vendría, faltaban horas aún, pero desde la llegada del bebé y luego de que el sol pasaba por encima de su cabeza, el arribo de la noche la inquietaba.
"Respetá la noche Elamira, buscá siempre un lugar donde pasarla, lleva siempre yesca y no dejés que se moje, aprendé a prepararla y honrá a la noche aunque sea con una hojas resecas". La curva del sendero y las grandes peñas sobre él pueden ser un buen refugio cuando la luz se vaya. ¿Que será honrar?
El tiempo pasa, los días se hacen semanas y la tierra cambia. ¿Cómo se llamarán esos animales tan sabrosos que comen las raíces de las plantas y que no resisten la luz del sol cuando se escarba y se los saca de sus cuevas? No es fácil resignarse a comerlos crudos cuando no hay leña para asarlos. ¿Cuánto hace que dejó la ciudad y los campos sembrados? Nadie se ha cruzado con ella en su viaje, las dos aldeas que encontró sólo sirvieron para comer comida decente a cambio de dos platos de metal que pertenecían a la vieja. Debieron ser valiosos, el hombre que la sentó a comer en la pequeña mesa, insistió en que llevara ropa a cambio, le ofreció lavarse y bañar al bebé.
Llegan algunas tormentas, fuertes, oscuras y atronadoras; el niño llora de miedo y ella se estremece envuelta en sus ropas tratando de que el agua no lo moje. El miedo es común a ambos, no hay donde guarecerse de la terrible fuerza del viento. " Recistí a todo, nada es peor que la enfermedad. Encontrarás valor al final de tu miedo". ¿Que será el valor?
¿Como se llama el lugar dónde va, la vieja no lo dijo.
"Sabrás que llegaste porque el aire te lo dirá. Recordá mi nombre, no me olvidés pequeña niña".
La cuesta llega a su fin y desde la cumbre suave se puede ver una tierra plana y verde; después, el fin del mundo, una planicie color azul que se junta muy lejos con el cielo. Nubes lejanas flotan sobre el horizonte y un borde blanco como las puntillas que la vieja guardaba en su choza, festonea el límite entre la tierra verde y el agua. Tanta agua.
El aire tiene un olor distinto, el viento es fresco y hasta tiene sabor. Los labios se ponen sabrosos bajo la lengua.
Abajo, próxima al borde del agua, descansa una ciudad distinta. No tiene torres ni murallas, no despide humos y olores al aire, es baja y multicolor, salpicada de árboles entre los edificios, cruzada por avenidas limpias y anchas que escapan de plazas abiertas y soleadas.
La cuesta es suave y fácil de bajar, el olor del aire es limpio y nuevo.
"Sabrás que llegaste porque el aire te lo dirá." El aire es distinto, la vieja tenía razón, al fin ha llegado. La vieja cumplió su palabra, no debo olvidar la mía.
"Recordá mi nombre, no me olvidés pequeña niña".
No ha olvidado el nombre, lo repite incansablemente mientras baja la cuesta. Sus pasos y el nombre se mezclan en un ritmo único, casi como una canción de pocas notas. No ha olvidado el nombre, no lo olvidará jamás, hasta que ella también sea una vieja.
AL 8–12–95
AL 27-11-06
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