Y es que la superficialidad se nos cuela como un virus primaveral. Un panorama de comprobado encanto oculta la verdadera belleza, la que no se confunde con el placer ni se pierde entre los excesos cotidianos. Atrapada en las apariencias, la belleza se transforma en vulgaridad, espacio momentáneo, primaveral sin trasfondo.

Argentina sigue al tope del ranking en materia de cirugías estéticas. Las cifras difundidas por el canal de cable Todo Noticias señalan que, por cada 350 operaciones realizadas en Brasil, se hacen 250 en los Estados Unidos, 80 en Alemania y 110 en la Argentina. A su vez, Brasil tiene aproximadamente 155 millones de habitantes; Estados Unidos, 260; Alemania, 80 y Argentina, 38 millones.

Resta preguntarse si la belleza que se vende es un ideal o se transformó en enfermedad.

Desde principios de la década de los ´90, la búsqueda de la eterna juventud en el quirófano no está limitada a determinado sector del género femenino. La proporción entre hombres y mujeres que se operan por cuestiones de estética sigue siendo estable: los profesionales hablan de una relación de 20 por ciento, o sea un hombre cada 5 mujeres.

En los últimos 10 años, los hombres argentinos se están animando más al bisturí y entre ellos la cirugía estética que más creció es la lipoaspiración de la zona abdominal.

Muchos intentan resolver la contradicción que implica tener experiencia y juventud. Contradicción que reduce a la belleza al acuerdo entre el contenido y la forma.

Fingimos lo que somos, seamos lo que fingimos; glamour, frivolidad, belleza, arte, placer, ficción, apariencia. Ejes del triunfo de la superficialidad. Ser artificial es nuestro precepto.

Acostumbrados a vivir para la belleza, si nos quedamos sin ella morimos de fealdad. Todos requerimos dosis de belleza para llevar una vida plena. Vivir una vida oliendo basura, contaminación, casas improvisadas, pobreza, miseria, música estruendosa, autos destartalados. Sin belleza la vida no es plena.

A pesar de que nuestra sed de belleza es natural, hace falta desarrollar la sensibilidad estética. No hace falta instrucción social para distinguir lo bello de lo feo, sino una sociedad que se despierte a su sensibilidad estética. Disfrutar de la belleza no es fácil: la velocidad del siglo XXI ciega los ojos para lo bello; el hedonismo y el narcisismo del 2003 embota el alma.

Es como despreciar una fruta tropical, el mango por ejemplo porque no sabe a manzana ni a pera. Como si la manzana y la pera fuesen el criterio último de sabores, así sucede con la belleza.

Nuestros prejuicios, preocupaciones y prisas cotidianas nos impiden apreciar la belleza. El punto no es si el mango es “bueno” o no, el punto es que la manzana no es la última palabra en frutos.

¿La belleza es un riesgo? No responderé esta pregunta, solo apuntaré un defecto que estropea nuestra capacidad de verdad, de belleza y de bien. Afortunadamente, belleza y bien no están divorciados.

La belleza griega se construía a partir de la armonía y el orden. El exceso es malo y feo porque atenta contra la proporción. La pasión desbocada, sin medida, deja atrás de sí destrucción y muerte.

Por la mesura se llega a la belleza. Aunque repito y llego a gritar: Para disfrutar de la belleza no hace falta la pose, la actitud afectada, artificial y postiza. Solo se requiere de serenidad y una mirada penetrante.

La belleza produce placer, pero no todo placer proviene de la belleza. La belleza requiere de la inteligencia y del cuerpo. Disfrutar la vida no es fácil porque la felicidad no es materia de cálculo. Por ello, la belleza atrae el corazón del ser humano. Disfrutar de lo bello nos provoca un goce muy especial; no empalaga tanto como el placer puramente físico.

Disfrutar de la belleza constantemente no requiere de anabólicos. Acercarse a la belleza requiere de un dominio mínimo sobre los sentidos. Y aclaro ante los extremistas: Dominar no es aplastar. Ser dueños de nuestra sensibilidad no nos transforma en dictadores de nuestro cuerpo sino en seres inteligentes.

El afán desmedido de la belleza es demencia y estos dementes no son más que vulgares insensibles. Pero pregunto: ¿ El mundo es fealdad espolvoreada con belleza o viceversa?

La fealdad se opone a la belleza, pero también a la vulgaridad, a la grosería, a la idiotez. Muerte, miseria, pobreza. Podemos hacernos los tontos y pretender ignorar la realidad del dolor y el sufrimiento.

El dolor es atrozmente ineludible. Para los cristianos, el dolor es el camino elegido por Dios para llevarnos al cielo. Para los descreídos es la triste realidad. ¿Cómo enfrentar el dolor? Están la fe, los analgésicos, los antidepresivos, las cirugías estéticas, la belleza pero también la comprensión.

La vulgaridad no percibe matices ni tonos. El individuo vulgar desconoce la belleza porque carece de interioridad. Puro cuerpo. Centímetros perfectos en el lugar exacto. Un mueble más. No sabe relacionarse. Su mundo se reduce a la cantidad y placer estético.

El individuo vulgar es idiota porque no sabe capturar la belleza. Exprime las posibilidades del placer y pronto aparece la sed. Y es que el placer estético es agua artificial, del momento. Por eso la vulgaridad y superficialidad son parientes cercanos.

La apuesta total por la belleza está destinada al fracaso. El dolor se impone. Una cirugía plástica no fortalece el cuerpo; no prepara para el sufrimiento. Pensar todo en términos de belleza es vulgar, una idiotez.