CATORCE
Por eso, si tú tuvieras que irte del país por algún motivo, yo no podría seguirte, por mis hijos y nada más que por ellos, y aunque te haya dicho que soy demasiado arraigado y que el peor castigo para mí sería el exilio, también te digo que, por ti, yo iría a cualquier lugar del mundo, y que, desde que estamos juntos, mi patria y mi lugar están donde tú estés. Ese es nuestro drama, Antonia, pero también nuestra gloria, no ceder al egoísmo en aras de la felicidad de nuestros hijos de algún modo ennoblece nuestro amor, pues podríamos habernos fugado, podríamos haber mandado todo al diablo, podríamos haber dejado atrás el lastre de nuestras vidas pasadas, uno escucha de tantos que así lo han hecho, podríamos también nosotros, pero para ello tendríamos que haber renunciado a algo más importante, nuestra propia naturaleza, y eso nos habría negado la felicidad. No tengo que preguntarte si estás de acuerdo con esto, porque sé que es así, Antonia, somos compuestitos, nuestro amor es como nosotros, compuestito, no vivimos juntos, yo ni siquiera me he arrancado a Santiago a vivir contigo ni tú a Viña conmigo, aunque la posibilidad práctica existiría, con un poco de ingenio, de buena voluntad, de sacrificio y, sobre todo, de amor, y eso nos sobra ¿verdad?, pero ni siquiera nos permitimos dormir juntos, cuando tú vienes, salvo excepciones, que se transforman en verdaderos regalos, tenemos que inventarnos viajes y lunas de miel para pasar unos días juntos, unas noches juntos, en público somos recataditos y compuestos, y tenemos que buscar la oscuridad de un cine para abrazarnos y besarnos, o en los estacionamientos de los malls, ¿te das cuenta, Antonia? ¡pero si tenemos cincuenta años!, parecemos dos adolescentes que mantienen su pololeo en secreto para sus compañeros de curso por temor a las burlas, yo sé que tú proteges con ello a tus hijos, está bien, y yo con ello te protejo a ti, que proteges a tus hijos, y sigue estando bien, y no hay nada que reprochar, también eso hace tierno, y distinto, nuestro amor, así podemos hablar con más propiedad de pololeo, eres mi polola, Antonia, no mi pareja ni mi amante, los días en que yo voy a Santiago, en vez de refugiarnos en algún lugar para hacer el amor, vamos a almorzar juntos y luego nos buscamos un panorama, una película normalmente, luego un café y te voy a dejar, ojalá no más allá de las ocho, y nos sentimos felices de haber sido tan buenos muchachos, aún cuando por dentro nos devore el deseo, aunque mis manos estén hambrientas de tu piel, Antonia, pero somos buenos y compuestos muchachos, y yo te dejo al atardecer, y vuelvo a Viña, feliz de haber sido tan buen muchacho ¡un muchacho que en cuatro meses más cumplirá cincuenta, maldita sea! ¡una muchacha de cincuenta y tres, por la cresta! Y la vida corre tan rápido que me despeina, y pasarán los meses y los años y no habremos perdido la compostura ni por un momento, le seguiremos pidiendo permiso al mundo para darnos un besito, para dormir una noche juntos cada dos meses, ¿qué del mundo, qué de nuestras respectivas realidades habría cambiado fundamentalmente en el futuro próximo para que se alterara nuestra compostura? y así, yo seguiré soñando en las noches con tu piel y tus abrazos, aún que tú estés durmiendo a cuatro kilómetros, en tu departamento de Viña, que yo ni siquiera he pisado una sola vez, no, yo te dejo, cuando he sido atrevido, en la puerta del ascensor, cuando lo soy un poco menos, en la puerta del edificio, y cuando estoy muy tímido, te veo alejarte desde el auto, y no creas que ésto corre sólo por tu cuenta, no, también yo, cuando tú estás en Viña y a mí me toca estar con los niños, me trago la frustración de no verte para no dejarlos solos, cuando son ellos los que me dejan solo a mí, y parte cada uno a un carrete distinto, pero entretanto nada podemos organizar para poder estar un rato juntos, somos esclavos, Antonia, esclavos de nosotros mismos, esclavos de nuestra compostura, no nos permitimos ni una salidita de madre, ni una voladita, y tú me dirás que sí lo hemos hecho, y tengo que reconocerlo, nos hemos arrancado, sí, tú conmigo a las Torres del Paine, dos veces, y una vez a Arauco, yo contigo a Temuco, dos veces, a Copiapó, una vez, y otra vez a Buenos Aires, no deja de ser ¿verdad?, pero también tenemos que volarnos en el área chica, en la cotidianeidad, en la semana común y corriente, o también, de repente, un fin de semana que tú estés acá, o un fin de semana que yo me arranque a Santiago y seamos capaces por fin de vencer prejuicios, de sentir que sí tenemos derechos, que todos estos cabros en unos pocos años más, o ya mismo, les dará exactamente lo mismo en qué estén sus papás, mientras a ellos los dejen pasarlo bien, pero mientras tanto, mientras ellos están cada vez más grandes y pueden carretear más y hasta más tarde, y hasta quedarse a dormir fuera, nosotros no estaremos cada vez más grandes, sino cada vez más viejos, Antonia, por favor, toma conciencia de esto, tú te ríes de mí, no me tomas en serio, pero yo también quisiera ser siempre joven, y creerme el cuento que no represento los años que tengo, y que la verdadera edad es la que llevamos dentro, y que me veo más joven que muchos de mi edad, pero la edad que tengo según el carnet de identidad es la que vale, los años calendario que efectivamente he vivido, los años calendario, los meses, las semanas, los días, las horas, los minutos y los segundos que me quedan para vivir, la calidad de vida que tendrán esos años, cuando por mucho que nos alimentemos de lechugas y zanahorias, y no bebamos más que agua mineral, y seamos ágiles y deportistas, y mantengamos nuestra mente despierta, y yo deje de fumar, y todo lo que tú quieras, serán los mismos o unos pocos más, si comemos lechugas y zanahorias, y a lo mejor, pero nadie me lo garantiza, estaremos algo más sanos, al menos yo no me moriré de cáncer a los pulmones, habré dejado de fumar, aunque antes haya fumado treinta y cinco años como contratado, y tú mantendrás y me mantendrás estables los niveles de colesterol, los triglicéridos y todas esas cosas, porque no volveremos a comer en la vida grasas y quesos, evitaremos las frituras y muchas otras cosas, y podremos entonces disfrutar de un pololeo otoñal y ya casi invernal en el que recordaremos con serenidad lo bien que nos portábamos y cómo guardamos la santa compostura, el orgullo de nuestra pequeña historia, y yo recordaré con nostalgia tu piel, Antonia, y en secreto, entonces, imaginaré que me fumo cajetillas enteras, y me comeré los bifes a lo pobre que dejé de comer, y soñaré retrospectivamente con lo que no fue, con que cuando éramos unos lolos de cincuenta hacíamos el amor todos los días, varias veces al día, y dormíamos juntos cada noche, y yo te leía cuentos al oído para hacerte dormir en mis brazos, no como ahora, que te leo cuentos por teléfono, medio encaramado arriba del velador para que no se vaya la maldita señal, y despertabas cada mañana en mis brazos, y te llevaba tiernamente el desayuno, no como ahora, que me llamas cuando luego de despachar los niños al colegio te sientas un momento a tomar el desayuno allá, a 130 km. de Viña, antes de entrar al baño para irte a la oficina, y soñaré con que cuando éramos unos lolos de cincuenta yo soñaba todos los días con que en la tarde volvería a estar contigo, con que antes de irnos a la casa nos tomaríamos un café en el Enjoy, y veríamos la puesta de sol juntos, antes de irnos a la casa, Antonia, para dormir juntos, otra noche más, como ayer y como mañana, otra noche más, hoy, en que no dormiré contigo, como mañana, que tampoco estarás a mi lado, como quizás hasta cuando no dormiré contigo, como la noche de navidad, como la noche de año nuevo que se avecinan, un mes más y ya estaremos en esas noches, en que estaremos lejos, como tantas noches que habremos de pasar aún lejos, cada noche una noche menos que dormiremos juntos en la vida, cada día un día más que estaremos lejos, es duro, Antonia.
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