Tras un “era hoy” y unos versos que decir, apareciste sin mentir en mi casa, una noche en la que las estrellas no eran más que dulces compañías, que a lo lejos me susurraban qué hacer. Pero no las escuché. Y luego de un beso absorto, inerte y frígido, un abrazo que de lejos lo vi venir, todo era un abismo para mí. Con ternuras y desgracias y tristes sonrojadas, estuviste ahí, unas palabritas que juntas formaban frases salieron de ti, y llegaron a mí. ¿Por qué? ¿Por qué tuve que escucharte y permitirte ese beso que de mis labios nunca debió salir? Y ahora entre frases y palabras, entre sueños y pesadillas, lo único que haces es mentir. “Todo está bien”, logras decir con un poco de ironía. Y tu agria agonía queda aquí; en ti y en mí. Porque la siento, aunque trates de aparentarla. No debería sufrir por una lágrima que desde lejos logró huir, pero sí. Ten seguridad en tí mismo… yo lo tendré por ti.