Teníamos prisa y fue lo primero que pensamos, después de escuchar todo el día un Modern Jazz enloquecido. Cuando llegamos no había nadie, como siempre. Prendí la luz y me di media vuelta, dejamos la entrada principal entre abierta para que se pudiera robar y adquirí unas manías extrañas después de eso. No se por qué lo digo, si al hacerlo me hundo más, o puede que no. Pasaron 10 minutos y minotauro descolgó el maldito teléfono, así que no se pudo anhelar eso que se pretendía hacer: prender fuego al instante. Simplemente no lo podía creer, porque en medio de la conversación interesantísima que se tenía en la punta del cojín, se nos fue la luz y las balas se detuvieron, habiendo lanzado ya los dados las desgraciadas.

-Es algo para morirse de la rabia ¿No?

-No.

La canción de mi vida y el carrito que se daña por décima vez. Me duele la garganta al girar a la derecha. Hay que dejar ese mal hábito, me dicen. Yo no quiero hacerles caso y mejor me pongo a estacionar golondrinas maleducadas, porque sí se puede. Pero claro, siempre se puede ver funcionando.

-Es algo para morirse de la rabia ¿No?

-Pues de pronto si. ¿Es?

Se ampliaron las luces de mi jardín. ¿Yo con jardín? ¡Pero si eso es parte de la vida cotidiana! como agarrar a patadas a un perro de felpa cada mañana, todos los días, el resto de mi adorable existencia.

-Oh, Anabel...

-Perdón, comience usted.

Amable, esa es la palabra perfecta para definir a un asesino. Venía dentro de una cajita rosada, no tengo la culpa.

-Es algo para morirse de la rabia ¿No?

-La farsa está en irse cuando menos se lo espera el espectro.

Esos colmillitos estaban muy flojitos. Yo los arranqué de un mordisco, me tragué uno y el resto se los regalé a una matera de la cuadra municipal. “Municipal”... Cómo odio esa palabra. Es que el sonido de la guitarra me sabe a miel con bizcochos de achiras y mucho desorden ¿Por qué? Ah si...

-Dale con ese problema algebraico. Péguele con el CD roto.

-¿Y si viene la mafia de mis amores?

Danzando al inicio puede ser muy rico en proteínas y en cárcel de mujeres. Se está demorando en traerme la Coca-Cola, eso si que me molesta, haciéndome feliz y olvidándo que existo en el plató hecho a base de extracto de mora y cositas que parecen vainilla, obviamente se me vino a la mente aquella vez que me parecía que el sol llovía alverjas sanguinarias de pórtico lúcido tambaleante sacudido de fuerza y un poco de miseria en el labio del resbalón oscurecido con fuertes tormentas que disfrutan del Oktober Fest o como se llame tántricamente, sólidamente hasta definir el último de los sentidos envueltos en Maizena y mareas altas pero suaves, condenados hijos de perra, hambrientos, desesperados, ansiosos y con mantequilla baja en sal y en indumentaria fluvial hasta que me quitó el almuerzo y corrí y corrí, pero solo agarré un huesito y maté al empaque plástico marcado por siempre con la semilla del odio y la franqueza viviente de aquel que siempre ha tenido la idea exacta de todo lo que pasó en ese instante de tiempo y no los invito a mi fiesta de excusas, rodeado de un pueblo disímil y me trago mis palabras si no es así.

-Es algo para morirse de la rabia ¿No?

-Se sirve a si mismo, ¿qué podemos hacer? No tenemos cabida aquí pero no mucho.

Se suele extrañar de la manera más sofisticada. Bastantes páncreas caminando en la calle en pro de algo parecido a un bicho que vi en mis sueños, con mirada furtiva y que alcanzó su vida con el arpón que le prestó el tío. A buena hora llegó el pedido de diatriba azul 28. Golpes en mis oídos, floto en el transcurso de la llamarada Moe.

Suelo terminar.