!Quieto, quieto te digo!
Así decía el hombre con la mirada clavada hacía abajo.
En su mano derecha blandía una sucia pala, con un largo cabo de madera.
!Que si ni estas quieto te voy a destrozar! Insistía con las manos temblorosas.
Los ojos inyectados de sangre no parpadeaban, la mirada fría y fija, hubiera sido capaz de detener a la fiera más salvaje y sin embargo el hombre insistía en decir lo mismo. !Quieto, quieto!
!Ahhh! !Maldición, te lo dije, te lo dije! ¡Ya lo partí, tenía que pasar!
!Joder, que difícil es esto de recoger la mierda del perro en el jardín!