Cuando atropellé a aquel individuo, no me atreví a detenerme.... y aceleré... sin mirar hacia atrás. Después de la curva venía esa pista irresistible, recta, vasta, sin obstáculos, propicia para intentar volar poniendo a prueba la potencia de ese nuevo juguetito recién estrenado.
Hasta ese día mis torpezas fueron pálidos desaciertos, pequeños resbalones, que no consiguieron mortificarme. Y de sopetón, ese choque seco, imprudente, en esa insensata travesía saturada de dolor.
Han pasado lentos los años, ingrávidos, mortuorios. Desde entonces, el futuro y el pasado dejaron de existir. Ahora, todos los caminos me parecen distantes, extraños y peligrosos. Y cada vez que acelero, aunque no haya nada ni nadie en la berma, siento que me atrapan lamentos y gemidos en esta senda que parece no tener nunca fin.
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