Esa noche todo era tenue, su piel inundando la mía nos convertía en esos seres que nunca creímos ser. Me gustó la sensación, aunque fue por unas pobres horas que pasaron rápido, porque debías irte a trabajar lejos del campo. Dijiste que volverías, sin embargo las horas pasan, mis ojos se cierran y la sequedad en mi boca cada vez es mayor. No llegás y yo estoy fundida, mis ojos pálidos se difunden para dar un paneo de la habitación, sin un cuadro, sin nada por ver. Solo descansar, que era inevitable, lo único que podía hacer para esperar.
Dormí un rato, sin intenciones, solo me vencí, al despertar, siendo las 5 de la mañana, volví a mirar, y solo el recuerdo de tu silla quedó en mi mente, -debería haber venido antes, no es de llegar a estas horas- dije en voz alta.
Me atreví a salir, aunque no estaba muy lindo afuera, siendo casi el amanecer, parecía la noche, me dirigí hacia el puestito de diarios, tal vez se asomaba por ahí, sin embargo no fue como pensé. Desvarié por un misero momento, mientras tus recuerdos se plasmaban en mi espíritu como si fueras vós ese ser que me tocaba con audacia, con movimientos pasivos y generales, que llenaban todo mi ser, y ahora todo se esfumaba, se moría, se desnudaba en el aire sin sudor, ni lágrimas. No podía llorar, porque no sabía donde habías ido, no podía reír porque no estaba feliz.
Volví a nuestra cabañita, solitaria, pequeña, pero con demasiados recuerdos de nosotros, juntos, casados, sin papeles, pero sí con el alma.
Decidí encontrarme conmigo, en la mejor pieza de la casilla, mi preferida, la que habíamos planeado para nuestro hijo FACUNDO, un hijo que estabamos buscando, no llegaba por el momento. Allí te admiré, allí quise esperarte, y así lo hice. Donde estás, no sé, pero aún la esperanza está en mí, volverás, sea, como sea |