He viajado por toda mi casa y he leído tanto que puedo imaginar el mundo de afuera. Casi escucho las cataratas del África. El rugido de un león, el cascabeleo de una cobra... para mí no hay límites. He conocido a dios en vivo y en directo. No era ni bueno ni malo, simplemente era. Le hice una pregunta a la que él tan sólo sonrió. Me gustó su respuesta y desde aquel día a cada persona que me pregunta algo, sonrío, pensando que soy dios, o su hijo mas cercano. La otra vez estaba cruzando una pista y un auto me botó por los cielos como a un muñeco. Me pareció extraño no sentir dolor, era como si cayera sobre algodoncitos, lucecitas doradas, algo así. Cuando volví a este cuerpo, estaba todo embadurnado de yeso, hasta el cuello lo tenía inmóvil. Me gustó dar lástima y volví a sonreír. Entendí que uno vive mas tranquilo si da provoca lástima en los demás. Desde aquel día siempre que camino lo hago como un tullido. Muchos me miran y yo les miro y alzo los ojos como un dios. Doy lástima, pienso. La otra vez estaba por llegar a una esquina y me encontré con un hermoso animal, era un perro. Este me miraba, olía, ladraba hasta que vino su dueña y lo cogió del cogote. Era una hermosa chica, me enamoré. Le dije si tenía novio. No, me dijo. ¿Quieres ser mi chica? Me miró de arriba abajo y empezó a reírse, luego, se alejó de mí. La quedé mirando y desde ese día la espero siempre en aquel mismo lugar, que es una banca de madera, de color verde con base y patas de hierro fundido como una araña de lomo verde y patas negras. La silla parece a esos muebles del siglo XXV. Sin embargo, jamás la he vuelto a ver. Terco como nadie, muchas veces me he quedado a dormir en la banca pero nada, todo es inútil, no aparece ni aparecerá. Ya agotado de tanto esperar, los años ha pasado y todo estaba muy viejo. Me paré y empecé a caminar como una persona normal. Fue extraño aquello pues toda la gente con quien me cruzaba, me empujaba, gritaba, escupía, en fin, una nulidad para el mundo. Casi lloro por mi desgracia, por un amor tan extraño como mis propios pensamientos. Continué caminando hasta llegar a un puente. Pensé en saltar y acabar con mi extraña vida. Miré hacia abajo y vi muchos autos y por la pura casualidad vi un auto negro, brillante que subía el puente y se acercaba lentamente al lugar en que estaba. La chica que me había sonreído hacía más de cincuenta años estaba sentada en la parte posterior. Tenía el cabello blanco, y viajaba en un auto tan viejo como ella. A su lado el chofer, era un negro, viejo como todos. Lo reconocí por sus canas. Cuando pasaban por mi lado le pasé la voz a la mujer y de pronto, el auto se detuvo. Corrí como pude hasta llegar al auto. Me acerqué a la mujer y ella me dijo que en ese preciso momento estaba pensando en mí. Le dije que siempre he pensado en ella desde la primera vez que cruzamos miradas. Volvió a sonreír, y mostró los pocos dientes que aún le quedaban. Estaba tan flaca como un perro desnutrido. Pero el brillo en sus ojos eran siempre los mismos. Le volví a preguntar si deseaba ser mi novia. Me miró con un amor sin palabras y respondió que no, que no era posible. ¿Por qué?, pregunté. Me miró y calmadamente dijo que no era posible, que estuvo casada y ya tiene hijos, nietos, amigos… Mi vida ya está hecha, continuó diciendo. Pero ahora que estoy frente a un muchacho que no veía hace tantos años, me produce una gran alegría… Te veo y siento que aún estoy con mi perro, que tú me miras como unos ojos entregados, imposibles. Anhelo decirte algo más pero tú ya no escuchas. Estas cargando a un muerto sobre tus huesos, y yo siento lástima por ti. Debe ser que así son las cosas. Un extraño sucesos que dura un instante o toda una vida…
San isidro, noviembre del 2006
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