Mis manos literalmente estaban temblando, no podia controlar el frio, los nervios, la sensación de no saber que habia a un metro de distancia me apanicaba. Todo estaba tan obscuro, era esa obscuridad tan densa que aprendes a disfrutarla.
Palpe mi camino hasta la cama, me metí en las sabanas frias, abracé una almohada que olia a tela vieja y la apreté tan fuerte que los hombros me dolian, sin saber porque empece a llorar, de alguna manera eso me tranquilizó, me sentí menos sola.
Pasó mas de una hora y no lograba dormir, era insoportable el silencio, ni siquiera viento chocando con la cabaña se escuchaba, no soportaba mas esa soledad. Recorde que David habia dejado una vela, trate de buscarla aunque fue inútil.
Pasaron las horas y yo seguía encarcelada en mi miedo y obscuridad. El silencio fue interrumpido, escuche el rechinido de la puerta, los pasos pesados en la escalera y porfin sentí su presencia en el cuarto, sin emitir una sola palabra se desvistió y entró en la cama, le prohibí que hablara, solo le pedí que me abrazara. Pudo haber sido cualquier persona y en mi desesperación lo hubiera recibido. Me abrazo lo que restaba de la noche y porfin logré dormir.
Cuando desperte ya no estaba, ni siquiera una seña de que habia estado ahi, fue tan extraño que prefiero no averiguar, me vesti, sali a caminar, a respirar, a disfrutar de la luz.
Podia empacar mis cosas e irme, pero decidí quedarme otra noche, esperarlo de nuevo, sentirlo de nuevo. |