A Joe le gustaba correr, siempre corría a todos lados como si el diablo lo siguiera, era parte de su naturaleza. Era el menor de 6 hermanos, y como el menor de todos, usualmente debía arrancar para que sus hermanos mayores no le pegaran. Su mamá prestaba poca atención a sus reclamos, lo miraba con pasividad y encima lo amenazaba con darle una lección, por lo que, para variar, salía corriendo evitando así una golpiza.
Esa soleada tarde de primavera se detuvo a ver a los muchachos jugando a la pelota en el parque. Después de estar un buen rato inmóvil observando como perseguían ese balón de un lado para otro, le pareció entretenido. Se veía divertido y podría correr todo lo que quisiera sin que nadie le gritara nada.
Si, este juego era para él, y se fue acercando poco a poco para ver si su presencia no molestaba, (era muy respetuoso), por lo que se tomó su tiempo para que lo vieran y no lo corrieran de allí. Estuvo horas mirando el juego, aprendiendo todo lo que pudo de las jugadas que hacían y los gestos después de que lograban meter la pelota entre esos palos parados cuando el que los cuidaba no podía atraparla.
Tan absorto estaba en este juego, que no se dio cuenta de la hora, (eso nunca fue algo importante para él), escuchó que lo llamaban y se fue corriendo a comer.
Ya habían pasado varios días y cada tarde volvía a ver jugar a los muchachos en el parque; aunque siempre lo sacaban de malas maneras, porque como no sabía bien el juego, cada vez que se hacía de la pelota con mucha destreza no se la entregaba a nadie de su equipo; en realidad nunca sabía para cuál equipo jugaba, eso no importaba, él solo quería jugar. Aunque esta vez estaba decidido a jugar y no permitir que lo sacaran ni con insultos o gritos como solían hacer, ¡NO! Esta vez les demostraría que el jugaba mejor y que no se dejaría avasallar por los grandotes.
Claro, él no era del tipo alto, pero para su estatura encontraba que todo iba bien; las chicas lo miraban en la calle y siempre daban una caricia, es que Joe era muy popular en su barrio y todo el mundo lo conocía y quería, todos, menos en su casa.
No espero a que lo invitaran a jugar, se metió a la cancha sin que nadie pudiera evitarlo y con la destreza que ya todos le conocían, se hizo de la pelota y salió corriendo con ella hacia el arco. Birló a uno, dos, tres, cuatro jugadores, evitó de un salto una patada mal intencionada, ya le faltaba muy poco para conseguir su anhelado objetivo, apenas unos pocos metros y sería la gloria, su primer gol en un partido. Todos corrían gritando detrás de él, (seguro que para no perderse ese momento glorioso en su historia), pero él los había dejado muy atrás, siempre corría más rápido que los otros. No entendía lo que le gritaban, pero todos parecían alterados, gesticulaban y daban alaridos; por lo demás, la gente que miraba desde alrededor de la cancha parecía gustarle como él jugaba, (hasta reían de felicidad por ese momento que ya estaba cerca). Sólo quedaban él y el arquero, uno a uno como debía ser en este juego, lo miró fijo a los ojos como para advertirle que esta vez la victoria sería suya, que nada lo detendría; hasta le mostró los dientes en un gesto intimidante de que no soltaría la pelota hasta meter el gol.
Frente a frente… las cosas sucedían muy deprisa, el polvo se sentía suspendido en el aire, el sudor lo bañaba por completo, el sol iluminaba y calentaba todo desde lo alto, una última finta al defensa que se acercaba y se lanzó con todo hacia el arco, tres, dos… un metro y por fin convertiría el tanto de su triunfo. Se preparó para finiquitar la jugada cuando un repentino dolor en la espalda le hizo perder el paso y soltar la pelota, un alarido, casi un chillido salió de su garganta; alguien en una actitud poco deportiva, le había arrojado una piedra, (los picados de siempre) usando cualquier estratagema o jugada sucia para evitar perder.
Joe salió caminando de la cancha con la cabeza en alto y muy digno; no les iba a permitir que lo vieran derrotado y llorando como un crío, se sacudió el polvo, dio media vuelta y miró a los ojos de todos con desprecio, caminó lentamente de espaldas hacia la salida giró sobre sí mismo y se marchó moviendo la cola y ladrándoles por ser malos jugadores.
Esta perra vida que nos toca vivir a veces, ¿no? |