A la derecha…
No, no, no, ¿ha dicho a la izquierda?
Mejor no pregunto… Una vuelta completa. Pero tú gritas y me dices que nos has puesto en peligro. Rápido. Cambia, cambia, reacciona.

Me derrumbo por momentos. Resguardada por tu presencia aún me siento peor. Pero gracias a que estabas ahí sigo aquí. Las lágrimas caen. Solo varias. Enmudezco y sigo adelante. Sin pestañear.


Hoy personas y acciones cotidianas parecen la más cruel de las promesas. Todo es demasiado gris.

Niños que lloran de la mano de un desconocido. Son sus padres pero no comprenden el significado de ese llanto. Empiezan con un pequeño “piiiiii” y, si no lo solucionas a tiempo, acaban berreando olvidándose de porque están llorando.

El mundo ha cambiado de color.

Un chico y una chica que pasean sin cogerse de la mano. Se gritan. Ella le reprocha que siempre hace lo mismo, y él le dice que deje de repetirlo, que si no sabe decir otra cosa. Ni siquiera se miran.

Una pobre ancianita cargada de bolsas que apenas es capaz de cruzar la calle. Fuerza. Mucha fuerza. Coraje.

Una chica jovencita empuja un carrito de bebé, a su lado corren dos niños pequeños, de unos cuatro o cinco años. No cesa de reñirles por cada movimiento que realizan. ¡Son niños! Necesitan jugar… ¿Tan pronto te olvidaste de tu infancia que fue hace nada? Se fastidió la vida.

Una chica pasa a mi lado, casi corriendo, con los ojos enrojecidos. Noto como tiembla. Se intenta esconder. Baja la cabeza.

Un pajarito aplastado en medio de la calzada.

Un chico en silla de ruedas. Lucha y fuerza de voluntad. Y esa enorme sonrisa en la cara, que me regala al pasar.

“¿Cómo es posible?”, me pregunto. No hay respuesta. Solo esa sonrisa, que ha conseguido alegrarme el día. Es tan poquito lo que hace falta…