“Soy Marxista y me como las uñas”
Roque Dalton
El Cuento Curvo
Cuento curvo: es el cuento que generalmente rueda de mano a mano se desliza sobre puntas de madera, piedra, aire, agua, etc. Pero sobre todo, se reconoce por su peculiar forma hiperbólica y complicadamente... curva.
Origen:
Una mano, una mano con un lápiz desafiando al papel burlesco y hondo, blanco pero por su mezcla de colores, y por supuesto vacío. El lápiz que se atreve y las palabras que se deslizan de su punta dejándose caer como gotas tímidas, citando gestos de romances pasajeros y de extraños encuentros bajo la lluvia de almas que se pertenecen.
Y la mano, la mano que arruga al papel desvanecido y lo lanza parabólicamente al ahogado cesto de basura que vomita a otros de su clase, descartados, ya sea por su esencia cursi o por su excesivo olor a noviazgo de tragedia, con el protagonista emblémico, el de pecho rebosante de orgullo, y la sombría Dulcinea, sin otro peligro más que el de someterse al ilustre príncipe azul.
La mano divaga, y la mente ahora viaja a los confines eternos, y se rebusca en sentimientos, y escudriña los perdidos recovecos con posibles ideas, frescas y en espera para saltar al vacío blanco.
Curvatura:
La mente, la mente que ahora se encontró con el oasis de la inspiración que en segundos se convirtió en una orden para la mano, que ahora indetenible atendía al enérgico dictado de la mente.
Suavemente las palabras le dieron forma a Emilio, el rezago de héroe, el que es un tanto conformista y que vive en el siglo veintiuno por desgracia, que fué marxista pero ahora solo se come las uñas, y su intensa pasión se desbordará, sí y solo sí: Patricia, una fresca, liviana e intrépida joven probablemente de este siglo, decide intercambiar una mirada con él, en el encubado encuentro que está por pasar de la mano al lápiz y del lápiz al papel para marcar ahora, el comienzo de la curva.
Y sucede, tal como lo confabularon las estrellas, él la miró como una luz se ve entre las gotas de la lluvia que concluye, y ella lanzó de regreso el invisible rayo penetrante envuelto en la sutil mirada de niña perdida.
Y como sucede en el mundo fuera de las cuatro paredes encarcelantes, los protagonistas se enamoraron y luego las palabras que fluyeron del lápiz fueron suaves y llenas de adjetivos, y la curva estaba por girar.
Límite:
Y ahora que la mano había ganado el duelo silencioso con el papel, no quedaba más que perfeccionar detalles, quitar excesos de descripción y trazar con empeño la línea semejante a la cintura que describe el humo de una taza de café al bailar con el viento salado.
Los protagonistas demandaban entonces el final de su dimensional historia: sí claro, había final, la curva que tiende al infinito, pierde su forma por la monotonía, y el final entonces era necesario. Se hiló entonces con palabras escurridizas la imagen del héroe emblémico a medias, y de la Valiente Dulcinea sentados en la playa de aguas rojas y vivas, esperando que llegue la noche para palparla con textura de arena, de vez en cuando dándose la helada mirada de espuma que los ató y simplemente siendo la invención de una mente geométrica.
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