Flexión I
La verdad y, aunque sé-a difícil admitirlo, siempre tenemos hipo.
Baste con poner atención a estos ataques y su in-esperada llegada para darse cuenta.
El primer “!hip¡”parece venir como de repente y sin explicación; como si naciera ya completo en la garganta, listo para salir. Es mucho lo que puede decir-sé de este primer sobresalto, y de todas las estrategias ya sabidas de antemano que, de forma automática y por un asunto de supervivencia, se nos vienen a la cabeza para refrenarle. Pero, por todos es sabido (y es im-pre-scin-di-ble para entender lo que aquí trata de exponerse) que más importante que el primero es el segundo; o más bien la eternidad que transcurre entre ambos.
La aparición del segundo ¡hip¡ da la idea de poder estimar, entre otras cosas, la frecuencia con que un-no sé verá afligido por tan absurda y horrible contrac-sí, ción (por no decir nada del ridículo sonido que lo acompaña). De alguna forma, marca el tiempo, duración y fuerza con que un “¡hip!” es su-cedido por el sí-guiante, guiente, siguiente. A esto recién le siguen el beber de cabeza, aguantar la resp-iración y los sustos forzados por alguna persona cercana; si se tiene la suerte de contar con una para esas emergencias.
De a poco, entonces, llega el momento en que los ¡hip! se vuelven cada vez más suaves y distantes hasta que, ¡hip! en algún momento difícil de predecir y tan hip-explicable como el primero, llega el que parece ser el último ¡hip! Pero bastará, entonces, poner la a-tensión suficiente para notar que, el re-siento, ciente, ¡hip!; ¡lo siento!: no ha sido el último, ¡”hip”¡ sino que los hop-rribles e in-voluntarios bramip-dos siguen sucedíp-dose casi imp-perceptibles, cada vez más despacíp y más sep-arados hasta que, en el momento desafortunado y más triste, vuelven ¡hip! a tomar imp-pulso para sal-hip, salir con más fuerzas.
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