Un torrente de espinas
por la espalda
me clavan.
Puñales indiferentes
que buscan mis entrañas,
puñales de muerte
que quieren silenciar el alma.
Y agonizo
en este limbo
sagrado y terrenal.
Respiro, camino,
mis ojos miran el sol,
los pájaros,
el agua,
mas nada ven,
nada siento.
Y el alma gime
en silenciosos
gritos de dolor,
gime lastimosa,
quiere seguir
en mi aturdida carne,
quiere vivir, aún,
en mi tormentosa vida.
Pero los puñales
más se hunden,
quieren su final.
Lucha mi historia, los recuerdos,
no debo olvidar
y abrazo sus gemidos
y contra el corazón
la sostengo.
Poco a poco su sangre,
mi tibia sangre,
la tiñe de calor
y el dolor se hace carne.
¡Y grito!
Grito en mil fuertes voces,
en su nombre,
en el mío.
Y el alma ruge,
león guerrero
y me doy cuenta
que soy un solo alarido
y comprendo con enorme tristeza
que ya no podré perdonar.
Erguido expongo el pecho,
que de morir,
será viendo los ojos de la muerte
en la oscura mirada
de mis tenebrosos verdugos.
Y sigo ahora,
maldiciendo mi destino.
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