Con solo escuchar su caminar a lo lejos ya comenzaba babear y dar vueltas ansioso, sabiendo que se aproximaba la hora de la comida. Comía rápidamente para poder lamer esa mano, que con el pasar de los años se hacía cada vez mas confiada y jugosa. Como buen depredador al acecho, era paciente. Sabía que uno de estos días la prudencia quedaría al oro lado de los barrotes y se despediría de este mundo como el invitado de honor a un último gran festín.