Finalmente comprendí que mi única oportunidad era investigar en los trenes de carga, mi esperanza era que alguno de ellos pudiera salir al sur ese mismo día, entonces crucé rápidamente las líneas hacia el lugar donde se encuentran estos trenes y al llegar allí me acerqué a un convoy que parecía estar listo para salir.
En el costado de la locomotora, un hombre pulía los relucientes metales de la inmensa máquina entonces comprendí que aquella persona era la más indicada para darme información, entonces le saludé :
- Buenas tardes, bella locomotora no?
- Hola, ¿Qué haces aquí? La zona de pasajeros está más allá. Pero, sí, tienes razón, es una bella máquina, la más nueva y poderosa que tenemos para carga.
- Sí, qué increíble, parece que fuera a estallar, es toda energía y el vapor se desprende por todos lados.
- Ah, no te imaginas la fuerza que tiene, la velocidad que toma en los llanos y cómo sube las pendientes de los cerros, conduciendo esta máquina te sientes el dueño del mundo.
- Bueno, creo que sin duda alguna, es usted el maquinista y parece ser que el convoy está muy pronto para emprender viaje al sur.
- Así es muchacho, creo que en tres horas más saldremos rumbo al sur, mientras pasa el tiempo y nos den la partida, me dedicaré a pulir los metales cromados de esta joya mecánica.
- Sí, hace usted muy buen trabajo, pues la máquina reluce de limpieza.. bueno, que tenga buenas tardes y un excelente viaje.
- Gracias muchacho, ha sido un placer hablar contigo.
Me sentí feliz al saber que aquel tren de carga saldría al sur en pocas horas más, sólo me restaba encontrar un vagón con su puerta abierta y subirme a él para viajar como lo hacen los vagabundos. Fui recorriendo el tren lentamente hasta que encontré lo deseado, un vagón casi vacío invitándome a subir a él. Bien, me dije a mí mismo, aquí nos quedaremos hasta que salga el tren, monseñor.. estamos de suerte. Sin embargo, en el momento preciso en que me dispongo a abordar el vagón clandestinamente, una voz casi en un grito me golpea la espalda :
- Eh ¡! Vagabundo... qué haces ahí? . Está prohibido abordar los vagones de carga y debes saberlo.
- ¿Abordar?- respondo sorprendido y algo confundido – no, no abordaba, sólo admiraba la belleza de este tren. Ya he comprado boletos para viajar al sur en primera clase, pero debo esperar hasta pasado mañana, pero en fin, no es un problema.
- ¿Has comprado boletos para primera clase?, - dice riendo el hombre – no sabía que los vagabundos compraran boletos. A mí no me engañas, he trabajado casi treinta años en ferrocarriles y conozco a los vagabundos como tú, siempre viajan escondidos en los vagones. Pero eso a mí no me importa, me da igual viajen o no. Pero hoy es un día especial.
- ¿Es un día especial? ¿qué quiere decir?
- Es día de pago, ¿sabes lo que es un día de pago? Ah, no creo que sepas, tú eres un vagabundo, no sabes de trabajo, ni de dinero, ni de nada, sólo sabes vagar por el mundo como una simple avecita.
- Se equivoca usted, yo también tengo un buen trabajo y debo decirle que trabajo continuamente, sin descansar sábados ni domingos.
- ¿si? , entonces debes ganar mucho dinero en tu trabajo, dime... ¿cuanto ganas mensualmente?
- ¿Mensualmente? Bueno, en realidad no gano nada, pero...
- Ya lo sabía . contesta el hombre del tren sin dejar de reír – eres como todos los vagabundos, trabaja duro pero sin salario. No tienes que inventar más fantasías muchacho, ven aquí a mi carro cargo, ven a subir, te invito a viajar al sur sin que tengas que ocupar tus boletos de primera clase.
Entonces subo al carro de aquel hombre y me sorprendo al ver su interior, es en realidad, mitad carro de carga y la otra mitad es una casa rodante con todas sus comodidades, sala de estar, dormitorio, cocina y baño. Es increíble pienso para mí, esta sería una bella manera de recorrer muchos lugares, una casa enganchada al tren de carga, creo que es una genialidad.
- Me siento entonces tan feliz al estar en un lugar tan fantástico que de inmediato agradezco a mi nuevo amigo:
- Gracias por invitarme a viajar en su carro cargo, monseñor se lo agradecerá.
- ¿Monseñor?, ¿quién es Monseñor?, en realidad eres un vagabundo muy extraño, pero en fin. Bueno, antes de iniciar el viaje, te invito a almorzar, estoy de pago y deseo comer un buen almuerzo y compartirlo contigo, así puedo reír de buena gana escuchando tus tonterías. Yo cocinaré, soy un experto, pero debes ir por los alimentos porque tenemos que comprar de todo.
- Está bien, no hay problema, yo puedo ir a comprar.
- Bien, mira, muy cerca de la estación, hacia el norte, hay un mercado donde venden carnes, pescados y verduras, irás allí con este dinero que te entrego ahora y comprarás para que preparemos un buen almuerzo. Para mí debes comprar un pescado grande, de aquellos de carne blanca y sabrosa. No sé si igualmente deseas comer pescado o carnes, tú decides. Ahora ve rápido al mercado en busca de los alimentos.
- Sí, señor, de inmediato, volveré en un instante, no se preocupe usted.
Tal como lo dijera mi amigo del tren, ahí estaba el mercado y comprar sus encargos no fue problema pues me había entregado una gran cantidad de dinero, incluso me di el lujo de comprar un gran trozo de carne tierna y sabrosa que según me dijo el carnicero, era de la mejor y la más costosa de las carnes. A él le compré un pescado carísimo que según dijo el encargado de la pescadería, es lo mejor de la zona. Todo esto abrió mi apetito y ya imaginaba almorzando tan deliciosa carne junto a las verduras y acompañamientos que prepararía el hombre del tren. Esto me hizo regresar rápidamente al tren sin embargo, casi a la entrada de la estación, en su puerta principal por donde yo debía pasar rumbo al tren de carga, vi a un anciano que junto a un pequeño pedían limosna.
Al pasar junto a ellos no pude evitar preguntar al anciano:
- Señor, ¿podría ayudar en algo?
Pero él no responde sino el niño:
- Mi abuelo está casi completamente sordo, deberías gritarle si deseas que te escuche.
- Esta bien niño, dime ¿qué haces aquí junto a tu abuelo?
- Pedimos limosna para alimentarnos, es algo que hacemos todos los días desde que mis padres viajaron al norte en busca de trabajo.
- Y ¿ tus padres no han encontrado trabajo aún?
- No sé, pero mi abuelo dice que nos han abandonado, pues ya ha pasado mucho tiempo y no tenemos noticias. El dice que sale a pedir caridad sólo por mí, para poder alimentarme y enviarme a la escuela.
- En realidad no creo que tus padres los hayan abandonado, tal vez en algún momento tendrán buenas noticias de ellos y así puedas llevar una vida más tranquila junto a tu abuelo. Y bueno, dime entonces, como ha ido la recolección de dinero para el almuerzo de hoy. Te diré que sería mejor que se ubicaran cerca del mercado, allí la gente los puede ayudar de mejor forma.
- A veces nos paramos cerca del mercado y nos va bien, nos ayudan bastante, pero otras veces no nos permiten estar allí. Esta mañana nos ha ido mal,. muy mal, pues cuando no hay salida de trenes, no juntamos mucho dinero. Creo que hoy nuevamente almorzaremos algo de pan y algo de beber, nada más.
- Ya comprendo, es una lástima... pero ¿qué te parecería almorzar hoy un rico trozo de carne tierna y sabrosa?
- ¿Carne? Mi abuelo dice que es muy difícil que un día podamos comer carne pues vale mucho dinero.
- Bueno el abuelo tiene razón, pero creo que hoy almorzaras una rica carne y te la daré de inmediato junto a estas verduras, aquí también tienes algo de arroz y unos deliciosos panes recién salidos del horno. Dime, ¿quién cocina en casa?
- En casa nunca cocinamos, - responde el niño casi sin poder creer la enorme cantidad de alimentos que le estoy ofreciendo en esos instantes - ya sabes que no tenemos para alimentos, pero cuando hay algo para preparar, lo hace la vecina del frente de nuestra casa, ella siempre ayuda a mi abuelo.
En ese instante y ante tanto movimiento, el abuelo del niño presiente algo y pregunta a su nieto:
- ¿Qué sucede hijo? ¿Con quién hablas?
El niño se acerca a su oído y hablándole alto le relata todo lo acontecido:
- Es un joven que ha estado hablando conmigo y que nos ha regalado cosas para preparar un delicioso almuerzo. Y no lo creerás abuelito, me ha dado un gran trozo de carne, como hace tiempo no hemos visto, ¿no es increíble?
Entonces el anciano extendiendo su mano temblorosa estrecha la mía agradeciéndome aquel gesto que ha hecho muy feliz a él y a su nieto. Me despido entonces rápidamente de ellos recordando que debo llevar los demás alimentos al señor del carro cargo. Cruzo corriendo la estación y sus líneas hasta llegar a mi destino, de inmediato hago entrega de los productos y el hombre los recibe con agrado dirigiéndose de inmediato a la cocina del carro para preparar el proyectado almuerzo al cual me había invitado. Pero no demoró mucho tiempo en salir de la cocina y decirme con algo de molestia:
- Eres un tonto, has traído el pescado y las demás cosas pero veo no nada para prepararte para que almuerces tú. ¿Qué has hecho con el dinero?
- Nada – contesto – en verdad compré un buen trozo de carne para mí pero tuve que donarlo.
- ¿Donarlo? ¿Cómo que donarlo? Me explicarías por favor...
- Bueno sucedió que al llegar a la estación me encontré con un anciano y un niño que pedían limosna y nada habían recolectado para su almuerzo, entonces le di mi parte.
- ¿Un anciano y un niño? Seguramente era el abuelo Juan y su nieto, pero no era necesario que le dieras tu almuerzo.
- En realidad sí era necesario, pues dice Monseñor que si alguien tiene su almuerzo debe compartirlo con los que no tienen.
- ¿Monseñor? Otra vez me hablas de ese tal Monseñor, ni siquiera sé quién es o qué hace, además lo que dice Monseñor es muy extraño.
- Bueno, no lo dice él sino me enseña que lo está escrito en la Biblia.
- Ah, ya comprendo, entonces tu eres un seguidor de las enseñanzas de Monseñor y por eso te permites ayudar a los necesitados. Te diré que eres un vagabundo muy extraño, se supone que los vagabundos piden para sí y no como haces tú.
- En cierto modo creo que tiene usted razón, tal vez ya me quede poco de vagabundo pero aún me siento como uno de ellos, sin embargo he comprendido que es mejor dar que recibir, eso es lo que dice Monseñor. Además, me sorprendió intentando ocultarme en ese vagón de carga para viajar al sur en este tren de carga.
- Entonces Monseñor te enseña la Biblia por lo que puedo ver.
- Así es, aunque debo reconocer que no he leído lo suficiente para saber tanto como Monseñor. Pero aquel niño me recordó un pasaje de los Salmos.
- Y, ¿qué dice ese pasaje de los Salmos?
- Recuerdo que dice que aquel niño que sea abandonado por sus padres, será protegido por Dios.
- Entonces te has creído Dios para protegerlo.
- No en realidad, Monseñor dice que sólo debemos representar a Dios.
- Vaya, Monseñor es un tipo tan extraño como tú. ¿Me dirías entonces quién es Monseñor?
- Es mi jefe, trabajo para él en su Iglesia, allí nosotros...
- Espera, espera, ya recuerdo algo. Sí, ya recuerdo haber leído algo sobre Monseñor en el periódico. Creo que es un caballero que en su Iglesia acoge a los niños y ancianos desvalidos y les otorga alimentos. ¿Hablamos de la misma persona?
- Sí, ese es Monseñor, el que acude en su camioneta buscando niños y ancianos que sufren de hambre y pobreza.
- Increíble, miren quien ha llegado a mi casa de hierro, el mismísimo ayudante de Monseñor, nadie lo va a creer cuando lo cuente. Definitivamente no eres un vagabundo, tienes trabajo y seguramente ganas un sueldo.
- No quiero pensar que he dejado de ser un vagabundo, aún me gusta mucho recorrer sitios y si fuera posible, viajar por todo el mundo.
- Y bien, ¿cuánto ganas en tu trabajo?
- Nada, renuncié a mi sueldo, le dije a Monseñor que utilizara mi sueldo en mejoras para la Iglesia o la compra de alimentos. Respecto a mi almuerzo, no es necesario que me prepare nada, sólo le agradeceré me permita viajar en su tren pues llevo documentos enviados por Monseñor a la Iglesia de San Antonio y debo avanzar hacia el sur, por ese motivo intentaba esconderme en aquel vagón vacío.
- De manera que no te importar almorzar o no.
- No, no tiene gran importancia para mí, muchas veces no he tenido para comer y otras veces que he tenido la oportunidad la he cedido a los más necesitados como he hecho con el abuelo Juan y su nieto hace unos minutos.
- Está bien muchacho, respetaré tus creencias y tu nobleza, pero ya te dije que hoy es un día especial para mí, es día de pago y deseo cocinar un gran almuerzo y compartirlo con alguien. Y ese alguien eres tú, de manera que volverás nuevamente al mercado a comprar algo que pueda preparar para ti. Ya, vamos, ve otra vez por un buen trozo de carne y algunas verduras y espero que no encuentres a tu paso nuevos necesitados y vuelvas con las manos vacías. Vaya, eres un vagabundo muy peligroso.
- Sí señor, iré corriendo, no se preocupe, no deseo arruinar más sus planes.
De esta manera, fui al mercado y volví rápidamente con lo que yo mismo deseaba comer, pues era el deseo de mi amigo, el ferroviario. En esta segunda oportunidad, mi amigo se mostraba muy contento y creo que había olvidado por completo el asunto de mi donación a ese bello niño y su abuelo. El mismo sirvió la mesa y realmente cocinó un almuerzo delicioso, la carne quedó muy bien preparada y sazonada, él opinó lo mismo de aquel pescado de fina carne que yo le había traído del mercado. Durante el almuerzo conversamos de muchas cosas, pues el se veía increíblemente interesado en la labor de Monseñor y se sorprendía a cada instante cuando le contaba de todas las tareas que se realizan allí en la Iglesia de Monseñor. También se rió mucho de Cardenal y de Su Eminencia, las mascotas que juegan siempre con los niños de la Iglesia, igualmente llegó a declarar que la labor de la señora Domitila era noble y sacrificada. Sin embargo, se sorprendió mucho cuando le dije que ella tenía más de cincuenta hijos, pero luego le aclaré que ella llama hijos a los niños que acuden a su almuerzo y comida. Entonces al comprender, rió de buena gana y dijo que mi vida era muy divertida, lo cual confirmé de manera absoluta y definitiva.
Ya casi terminábamos de almorzar cuando de pronto, el carro se sacude evidentemente producto a algún tipo de choque producido en el convoy. De pronto, una voz grita:
- Enganchando los últimos carros al convoy !!
-
- Vamos muchacho, debemos poner los platos en la cocina, a salvo de los choques de los carros que están enganchando, creo que en pocos minutos más emprendemos viaje al sur.
Y tal como dijo mi amigo, el señor del tren, de pronto ya estaba enganchado el último carro y la voz anterior volvió a clamar.:
- Convoy 65 de carga, saliendo al surrrrr
Mi amigo, cerró la puerta del vagón casa y ésta se transformó de inmediato en una cómoda ventana desde donde, se podía apreciar claramente el paisaje. Luego, con un tirón definitivo, el tren comenzó a avanzar por la línea férrea. Para mí fue emocionante sentir como entre aquel crujido de fierros comenzábamos a avanzar hacia el sur. Rápidamente la estación desapareció de mi vista y la ciudad se abrió ante el paso poderoso del tren. Mirando siempre por aquella ventanilla pude ver a la gente como admiraba el paso del pesado convoy y, en especial los niños que agitaban su manos en señal de emocionante adiós. Igualmente en pocos minutos, la ciudad quedaba muy atrás y ante mí, ante el tren se abría el paisaje con su esplendoroso verdor, sus cerros, llanos y esteros. En esos momentos mi amigo me dice de manera definitiva:
- Bien vagabundo, quedas a cargo de nuestro carro, yo he comido demasiado y creo que dormiré una siesta muy larga.
- No se preocupe usted- contesto – y duerma tranquilamente, yo no podría hacer eso y perderme tan emocionante viaje.
- ¿Emocionante viaje?, realmente tú estás loco, bueno, mejor me voy a dormir.
Y así transcurren las horas de nuestro largo viaje, era increíble ver en las curvas de la vía, la locomotora en todo su esplendor arrastrando el pesado convoy mientras lanza al viento bocanadas enormes de humo como nubes gigantes y obesas. En una de aquellas oportunidades, casi pude ver al maquinista, el mismo que limpiaba la locomotora con notoria dedicación y esmero. De pronto, el tren cruza un paisaje de cerrados y frondosos árboles, cuyas ramas colmadas de hojas golpean los carros como si transitáramos por un verdadero túnel de árboles niños que desean jugar con los carros. Emocionante también fue ascender a un precipicio donde la máquina denotaba un singular esfuerzo que llevó a todo el convoy a la cima de una cadena de verdes cerros desde donde la altura empequeñecía las figuras de los árboles y las casas que yacían en el centro del valle. Traspuesta la cadena de altos cerros, la máquina con todos los carros a su espalda descendió cómoda y alegre haciendo sonar periódicamente su bocina estruendosa de vapor puro y blanco. Fue es ese pasaje descendente cuando nuestro carro crujía entre la armonía del movimiento y el rítmico enlace de los rieles acerados. Los frenos presionaban vigorosos con sus zapatas a las ruedas enloquecidas de velocidad y energía evitando que el tren descendiera a un impulso peligroso, pero aquello no evitaba que los carros por momentos, lucieran como verdaderos artefactos de juguetes en manos de deslumbrados niños.
Alcanzado nuevamente el valle, el viaje se tornó más tranquilo y placentero, adornado siempre por un paisaje cambiante de inagotable belleza y esplendor. Luego comenzó a atardecer y los primeros luceros se encendieron en el cielo despejado de aquel bello paisaje. En ese instante despertó mi amigo de su larga siesta y mirando hacia fuera por la ventanilla del carro cargo, me dijo de inmediato.
- Bueno, creo que ya nos queda poco para llegar a nuestro destino, seguramente alcanzamos a tomar una taza de té, para la sed y el frío antes de llegar. Te invito a un té vagabundo.
- Gracias, me encantaría tomar algo de té, lo cierto es que he disfrutado mucho de este viaje y no sabe cuanto agradezco que me haya permitido viajar con usted.
- Yo debo agradecerte también la compañía y que hayas cuidado bien nuestra carga. Lo cierto es que cuando te vi quise invitarte a viajar conmigo para conversar cosas de la vida, a veces este trabajo es demasiado solitario. Quería hablarte y aconsejarte pues ya ves que soy más viejo que tú y debo saber más de la vida.
- Le agradezco con sinceridad, en realidad me ha ayudado mucho.
- Sin embargo, contigo me he llevado una sorpresa, no he sido yo quien te ha enseñado a ti sino que tú me has enseñado a mí.
- ¿Yo le enseñado algo a usted?, eso es muy raro, ¿cómo podría yo enseñarle a una persona mayor ?
- Eso es lo que ignoro, pero gracias a ti o a Monseñor he aprendido lecciones de la vida, aquello que dices tú ...“dar es mejor que recibir” es sorprendente y aleccionador. Eres muy joven y creo que Monseñor ha llenado tu alma de heroísmo y bondad, algo difícil de encontrar en la vida común.
- No crea que olvidaré sus palabras, es más, por cierto le digo que Monseñor sabrá de sus conclusiones y se sentirá feliz de que su mensaje le haya llegado a usted a través de mí.
- Sólo quisiera preguntarte una cosa final.
- Dígame usted lo que desee.
- ¿Crees tú que si yo no pudiera trabajar más, Monseñor me admitiría en su Iglesia y me daría la ayuda que da a los pobres y necesitados?
- Absolutamente cierto, es más, yo mismo me ocuparía de que nada le faltara allá en la Iglesia, imagine que tan sólo hoy ha compartido su almuerzo conmigo... y bueno, también con el abuelo Juan y su nieto. Todo eso ha sido un acto de mucha bondad y de algún modo u otro será recompensada.
- Definitivamente eres un vagabundo increíble, te subí a mi carro cargo para enseñarte cosas y al final tú me enseñaste a mí, y quise ofrecerte ayuda y en resumen, tú me prometes ayuda a mí.
- Creo que ya estamos por llegar a nuestro destino, ya se pueden ver luces en gran cantidad, debe ser la ciudad que nos espera.
- Sí, tienes razón, en quince minutos más ya estarás descendiendo de mi casa de acero, bien, quiero que tomes este dinero, te alcanzará para una cena y para pasar la noche en algún lugar y puedas dormir cómodamente en una cama. No me gustaría saber que te has ido a dormir a alguna plaza o al banco de algún parque. Tienes que descansar bien para continuar mañana tu viaje y llevar a destino los documentos de Monseñor.
- Yo no debería aceptar ese dinero, pues...
- “Dar es mejor que recibir” ¿ya lo has olvidado?
- Está bien, está bien, será como usted desee, lo agradezco.
A los pocos minutos, tal como lo anunciara mi amigo, el tren detuvo su andar en la estación de aquella sureña ciudad. Descendí entonces de aquel sorprendente carro cargo después de estrechar fuertemente la mano de aquel hombre ferroviario con quien había compartido algunos instantes de su vida.
Camino entonces a lo largo del convoy buscando la salida y frente a la locomotora me encuentro a una persona ya conocida, sonriendo le repito la misma frase con la cual lo saludara pocas horas antes:
- Buenas tardes, bella locomotora no?
- Ah eres tú – contesta sorprendido el maquinista. - ¿ha sido un viaje placentero? Algo me dice que venias viajando en mi tren.
- No solamente placentero sino muy constructivo a la vez. Además es usted un maquinista excepcional, le felicito. Y por cierto, venia viajando en su tren, custodiando el carro cargo, pero todo está bien, no se preocupe usted.
- Bueno, pasado mañana regresamos al norte de manera que si te gusta la máquina podrías venir a tirar carbón a la caldera... que tal?
- Será un placer para mí trabajar en la máquina, gracias y que tenga buenas noches.
- Hasta la vista muchacho.
Estando ya de pleno en la ciudad, hice como me lo pidiera mi amigo de los trenes, busqué un lugar donde poder dormir y descansar, pues debía salir temprano en la mañana a la carretera para intentar continuar mi viaje, hice todo esto luego de una buena cena obtenida gracias a la bondad de mi amigo.
continuará
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