¿Quién en la noche no intuyó que la muerte le sonreía?
*Ella tenía un secreto que guardaba en lo más profundo de su ser, un secreto que mantenía en una minúscula cajita con llave en su alma, a veces le dolía tenerlo allí, pero se hacia de fuerzas y lograba dejarlo encarcelado nuevamente.
Muchacha de ojos solitarios, que caminaba por las calles con una rosa roja siempre en la mano, niña en busca de algo que se negaba obtener, sabía con perfección lo que su corazón quería, pero no permitía dárselo, no, no se lo daría. Un atardecer, sentada en un banco del parque, manoseando su rosa de siempre, levantó su mirada, en ese preciso instante, justo ahí, lo vio; caminando cabizbajo con el viento soplándole al rostro, pálido rostro, de una belleza perturbadora, la encanto rápidamente.
- ¿Será posible; lo que mantenía ella capturado en su alma, se habría escapado?. Un pétalo rojo eterno se desplomo lentamente frente a él. -
A las semanas siguientes, Isabel se sentaba en el mismo banco del parque todos los días al caer el sol, únicamente para verlo pasar, siempre sólo, perpetuamente melancólico; Su secreto ya no estaba a salvo más, no era dueña de el, lo tubo por tanto tiempo encerrado, que este tenia mucho más fuerza que ella, su amor se transformo en obsesión, cada día como un rito se sentaba en aquel banco, pero se cansó de solo mirar y ahora quería tocar.
*En una de esas noches de caminata tranquila, giré mi cabeza y ahí estaba de nuevo ella. Siempre que pasaba por ese parque, ella estaba allí, con su mirada penetrando en mí, estática, silenciosa e atacante. Durante unos días no me importo, pero ahora llevaba semanas, era como un depredador esperando a su fiel presa, de la nada comencé a temerle...
Isabel tenía un plan que construyó en esas noches de placer visual, perverso pero sensual, se encontraba clavado en su mente retorcida nada ni nadie lo cambiaria, ya no se podía.
Se sentó como si nada ese día, el sol ocultándose como de costumbre, está noche le hablaría, el joven camina en su misma dirección, ella toma marcha y se cruza delante de él; con una mirada desorbitada y una media risa clavada en el rostro le dice: - ¡OH!, perdón, pasa. Silenciosa lo mira y le toma la mano, él un poco confundido y aterrado, tira palabras al aire que Isabel ni se digno a escuchar. Lo llevó a su casa y le ofreció licor, él acepto, ya que era lo único que le calmaría los nervios a lo desconocido, Isabel lo miraba tierna pero feroz, cuando se le lanza para plantarle un beso apasionado, pero su miedo hacen que gire su cabeza, así dándole excusas tales como, que no la conocía, de que se trataba todo esto, ¿¡Acaso estas loca!?. Isabel con una tristeza que se traspaso a venganza, lo empuja, pero él alcanza a tomarle la mano y le confiesa que lo lamenta. Ella no le toma importancia y va hacia la cocina, vuelve con las manos atrás, se dirige donde se encuentra sentado el amado, él desorientado ya sabía adonde se encaminaba la situación (había leído muchas libros parecidos) y se comienza a mover torpemente del sillón, pero los grados del licor comenzaban a hacer su efectos y más aun con la diminuta dosis de adormecente que Isabel por “casualidad” había dejado caer en la copa. Cae desmañadamente, empieza a arrastrarse por el piso de la casa de Isabel, cuando la misma, le encaja el cuchillo cocinero sin aviso alguno, el joven gritaba desesperado, nunca imagino que esto le podría ocurrir, la herida no fue muy profunda y apenas sangraba, eso no compensó la sed de Isabel, ella allí casi endemoniada tratando de castigar al hombre que no le hizo caso, al hombre que ella amaba con obsesión, en pleno acto se encontraba liderando el secreto de Isabel, sí, ese que ocultaba con fervor, ya no lo controlaba, ya no más. Cada vez más ese cuchillo penetraba la carne de su victima y a ella le encantaba el rojo acaramelado que brotaba de la piel de su amado, lo adoraba.
Tamara A.R.
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