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-¿Es de día o es de noche?- Fue lo primero que se preguntó. Y sin ánimos de responder, en el sillón café reposó. La pregunta, con alas al aire se alió pero la duda constante a la razón dominó.

Era un lugar tranquilo; un sillón de cuero, silencio y un vaso con agua, que a juzgar por su apariencia no tendría menos de dos semanas de antigüedad.

Al parecer ya había transcurrido algún tiempo, pero sin importancia aparente, ella seguía ahí... cómo si se tratase de un charla con el viento: calmada y sin apuros, concreta pero eterna. Continuó sentada y completamente relajada, en un estado de shock intelectual capaz de despojar de utilidad alguna cada una de sus cansadas neuronas.
No era bueno ni era malo, no era claro ni era oscuro; era solo ella, contemplando con fervor el infinito. Estaba descalza y también desnuda; parecía triste o tal vez cansada, después era alegre y luego con rabia en una lagrima su corazón clamaba una respuesta a la pregunta que sin cansancio entonaba -¿Es de día o es de noche?-

Creyó saberlo y quiso gritarlo, pero el miedo al fracaso le evitó intentarlo. ¿Cuál sería el secreto o cuál sería el encanto?, ¿Qué tendría esa frase que con dolor y engaño lograban llevarla de la sonrisa al llanto?

Sin cansancio seguí viéndole inmóvil en aquel sillón de cuero café; restos de un animal, víctima de la crueldad humana; solitaria y con sus ojos grandes, redondos y verdes, fijando la mirada de forma extraña, cómo tratando de leer en el aire la respuesta a la cruel y macabra pregunta, que del todo podía sentir pero nunca evadir. Fue algo extraño; quise ayudarle pero no pude, mi razón giraba y la incoherencia invadía por completo mí ser. Mí mente gritaba y mi alma callaba; mis labios hablaban pero mi corazón los sellaba. Me fue imposible encontrar la calma.

Sus labios temblaban y el color rojo que los adornaba mutó a un tono oscuro y lúgubre; su cuerpo mojado no dejaba de tiritar y los ojos, antes verdes, ahora eran blancos. Las uñas sangrando por falta de largo y el verde manzana del rostro, eran la evidencia de una agonía sin cansancio, que sin importar secuela repetía ipsofacto: ¿Es de día o es de noche?

El temor que sentí esa vez no se compara con lo que vi después, cuando de sus labios gruesos y bien formados, empezó a brotar, como de una fuente el agua, una extraña espuma blanca a chorros sin piedad. Al verle a la cara, con su mirada temerosa, me percaté de que no podría vivir con esa intriga voraz causa de una pregunta que irrumpía sin cesar. ¿Es de día o es de noche?

Convulsionó por unos minutos y luego entró en crisis. No pronunciaba ni una sola palabra y su cuerpo se balanceaba de manera extraña hacia delante y hacia atrás. No pude evitar fijarme en sus cristalinos ojos perdidos en la infinidad del tiempo, ya que eran ellos los culpables por dar indicios del daño funesto que aquella pregunta, sin piedad ni miedos, le causaba a ella, llanto, dolor e histeria.

Me sentí culpable. Lo supe todo y fui yo quién lo hizo. Gracias a mí ella moría. Era yo responsable de su cruel agonía.

Repentinamente el primer sonido se oyó. Era ella, gritando sin cansancio el motivo de su rebelión: ¡¿Es de día o es de noche?!... ¡¿Es de día o es de noche?! Y así repetía, ahora sin temor, la causa macabra de su llanto y dolor.

No quise interrumpir pues se empezaba a desahogar. La dejé gritar y gritar hasta estar a punto de reventar. Por un momento creí haber hallado la solución a tan complejo dilema; sin embrago, ella sin ánimos de olvidar, continuó gritando sin cesar -¡¿Es de día o es de noche?!... ¡¿Es de día o es de noche?!-

Y así las horas pasaron hasta que de repente los desgarradores alaridos cesaron. Era obvio que su garganta no soportaba un segundo más de ardor, entonces, con gran esfuerzo, el brazo alcanzó la mesa y entre sus largos dedos apretó con fuerza lo que sería la cura para su traquea. Luego, con la mano temblorosa, acercó el vaso repleto de elixir hasta llegar a la boca; y con restos de lo que parecían plantas verde oliva y algo de vida, sus labios, su cuerpo, su lengua y sus dedos sintieron la calma de un dolor funesto.

La duda siguió ahí. ¿Sería de día o sería de noche?... ¿Cómo saberlo?

Ella, indecisa y en medio de tal angustia, no encontró salida alguna diferente de la peor. Cerró los ojos y de pie en la cumbre de la mole dónde se encontraba, desató sus brazos, cómo las alas de un águila que apenas emprende el vuelo, y con una sonrisa intranquila pero segura, mil gotas de líquido helado recorriendo todo su cuerpo y el rostro de frente al firmamento, al igual que su mente, empezó ella también a girar.

Girando y girando sin parar, los pies se acercaban cada vez más al filo del abismo. Perdió por completo el control, pero por primera vez la vi feliz. De repente abrió los ojos, y más grandes que nunca, fijaron su peligro en mí. No aguanté su fuerza y de forma inconciente mis manos cubrieron mí rostro; sin embargo, el hecho de ser ella, impidió que la cobardía se apoderara de mí, entonces, gracias a las fuerzas con lo que lo Divino me envolvió, mis ojos volvieron a ver.

Nunca volví a saber de su existencia, sin embrago, mi mente y mi alma guardaron un último desgarrador e inmortal recuerdo: ¿Es de día o es de noche?



Texto agregado el 19-11-2006, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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