Laura se encontraba sentada en su pupitre del colegio. Delante de ella, encima de la mesa, reposaba un folio completamente vacío.
Parecía preocupada.
Sonó el timbre. La señorita pronunció en voz alta las palabras mágicas. Esas que todos esperaban: “Ya podéis salir, niños” y todos sus compañeros salieron corriendo hacia el recreo. En unos segundos se armó un jaleo tremendo. Un pequeño huracán se removió en todo el colegio. Gritos de niños, vocecitas alegres que saltaban de aquí para allá, el crujir del papel de aluminio al desenvolver los bocadillos o las galletitas para almorzar, sillas y mesas rechinando contra el suelo… En unos minutos, las clases quedaron vacías y reinó el silencio.
Pero Laura ni se inmutó. Seguía con los ojos puestos en su folio en blanco. Perdida en ellos.
Su profesora se acercó. Miró el folio. Y sonrió alegremente mientras le dijo:
- Oh, ¡ya sé! Es un oso polar en medio de una tormenta de nieve.
Laura la miró sorprendida.
- Jo, no te rías - dijo, por fin. - No sé qué hacer. - dijo inquietada. - Yo no sé dibujar.
- Haz una mancha. - dijo la profesora.
- ¿Una mancha?
- Sí, dibuja una mota en el papel.
Y Laura, desconcertada, dibujó, con su lápiz azul, un pequeño puntito en medio del papel.
- Pero es muy feo. No significa nada.
- Ahora pon tu firma - dijo la profesora sin darle importancia a lo que Laura le decía.
Laura se alegró. Porque eso sí sabía hacerlo. Sabía poner su nombre, claro que sí. Y eso hizo. Dibujó “LAURA” en la esquina derecha del folio.
- Muy bien. ¡Ya lo tienes! - dijo contenta su profesora. -Ahora vete a jugar al recreo.
Pero Laura seguía decepcionada. Todos sus compañeros habían dibujado cosas mejores que la que ella había hecho.
Al día siguiente, al volver a clase, Laura vio que su dibujo: su punto con su firma; estaba colocado en un marco en la mesa de su profesora.
Y se puso muy contenta porque era suyo y estaba allí para que todos pudieran verlo. Pero, pensó que podía hacerlo mejor, mucho mejor.
Que sabía hacer puntos mucho mejores.
Y, sin demorar más la espera, volvió a probar, ahora con muchas más ganas.
Cogió un papel en blanco y dibujó un círculo en medio. Un círculo rojo. Luego otro, a su lado, de color azul. Luego otro y otro más. Rellenando los huecos vacíos de color. Descubrió que con el rojo y el azul podía crear el violeta. Y empezó a pintar con todos los colores.
Hizo círculos más pequeños y más grandes. Unos al lado de otros y también atravesándolos. Los coloreó por dentro y luego por fuera.
Y dibujó puntos, motas y círculos sin querer dibujarlos.
Al cabo de un tiempo, en su colegio hicieron una exposición con los dibujos de la niña y de todos los demás niños.
Había miles de círculos de colores colgados para que todos los vieran.
Uno de los niños se quedó fascinado delante de uno de los cuadros de Laura.
Entonces, ella, al verlo, se acercó.
- ¿Te gusta? - le dijo Laura al niño.
- Es muy bonito. Ojalá yo supiera hacerlo. - dijo el niño bajando la cabeza.
- ¿Cómo qué no sabes hacerlo?
- Yo no sé dibujar.
- ¡Claro que sabes! Mira, ven. Coge un folio y haz una mota.
Y el niño, haciéndole caso a Laura, dibujó un punto en medio del papel.
- Ahora pon tu firma. -dijo Laura sonriendo. - ¡Ya lo tienes!
Del curso de monitor de ludotecas
Dedicado a todos los ludotecarios.
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