Madrigana nació en un basurero municipal, entre pepenadores, miseria absoluta y una peste insoportable. La niña sobrevivió a las enfermedades infantiles y aprendió que los de su estirpe son invisibles en un país democrático como el de Brasil.

Sin embargo, la negrita salió rebelde. No podía aceptar que unos nacieran destinados a comer mierda y otros nacieran con licencia para disfrutar las bondades de la vida. Nunca aprendió a leer y escribir, pero su labia se imponía en cualquier lugar, incluso en los medios de comunicación. Logró organizar una protesta para exigir que los pepenadores fueran reconocidos como trabajadores dignos de un sindicato y recibieran derechos sociales. Al principio nadie los tomó en cuenta. Un reportero le preguntó en vivo a Madrigana el por qué de la protesta, y ella respondió con decisión, soltura y elocuencia. Los políticos nacionales tomaron nota de ella, luego los políticos internacionales y después le otorgaron un premio en Europa por defender los derechos de los olvidados y por la sagacidad de su expresión.

“La nueva Martin Luhter King”, exclamaban algunos.

Madrigana se acostumbró a ser invitada en los encuentros sociales de la sociedad brasileña, a disfrutar el acecho de los periodistas, a saborear el buen modo de los blancos, a recibir el respeto de los suyos, a vivir bajo la sombra acogedora de los bienaventurados. Poco a poco los explotadores no le parecieron tan mala gente y los políticos parecían ser honrados cuando se charlaba con ellos en privado. Ya conociendo de cerca a los oligarcas descubrió que algunas malas ideas sobre ellos eran exageradas.

Un día se reconcilió con la sociedad. Aceptó que un pueblo sano debe sufrir una que otra enfermedad. Por eso dejó de luchar y aceptó el dinero que le ofrecieron los sindicalistas para que se olvidara de sus intenciones.

Madrigana vivió en un departamento de la ciudad, cómoda. Con el tiempo los medios de comunicación se olvidaron de ella y los políticos se dedicaron a los nuevos inconvenientes contra su poder.

Un día ya nadie supo de ella.

La Martin Luther King brasileña murió antes de cumplir los cincuenta años de vida, en el basurero municipal.