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Corría el año 1317. No hace mucho a los templarios les habían condenado. En un lejano pueblo de Valencia, al interior de un monasterio, vivía Elbereth. Era una linda niña que a los seis años había decidido entregar su vida al servicio de Dios y a adorar a Jesucristo.

Ya tenia 18 años y como es natural, tenia ganas de sentir algo grueso entre sus piernas, pero eso estaba mal para alguien que se ha encerrado en un monasterio para servir a Dios.

Debes en cuando comentaba esto con su única amiga Alcais, sin embargo, ésta le recriminaba diciendo que eso no era bueno ante los ojos de Dios, aunque siempre terminaban echando bromas.
Un día, cuando el Sol ya se había puesto hacia el oeste y las sombras habían devorado la luz, era tal la excitación de la virgen que se desnudó. El sólo contacto de su piel con su propia piel la excitaba aún más. Notó que los pechos se hincharon y que sus pezones estaban firmes… También, por primera vez, tocó su vulva cuando estaba húmeda.
Jugueteó un momento con los labios, pero no conseguía lo que buscaba.
Metió el índice primero, luego el dedo medio.
Sintió un calorcito rico en el vientre.
Necesitaba más.
Fue hasta el velador y tomó la causa de su desesperación.
Introdujo lentamente la cruz, por la parte de los pies de Cristo, comprobó que el fierro estaba helado, pero eso no le molestó. Estaba tan mojada que no le costó hundir diez centímetros de oración y llanto en su vagina.
Elbereth había oído decir a una de sus compañeras de castidad, que habían unos demonios que, cuando un alma enfermaba de paz, se le presentan en forma de hombres (o mujeres) atractivos. Íncubos y Súcubos les llamaban. También habían dicho que se les podía invocar.
Era el momento. No aguantaba más.
“Príncipe de las tinieblas. Os lo ruego, venid, hacedme gritar. Tomad mi alma y penetradme”! –Gritó. No pensó en qué dirían si la escuchaban, en esos momentos no pensaba en nada más que en su íncubo.
De pronto entró una ráfaga de viento helado en la habitación, la que apagó las velas; sólo quedó encendida la que estaba tras la Biblia.
Tendida en el suelo y sudando, vio a un hombre alto, no muy alto, sólo unos cuantos centímetros más alto que ella. Vestía un manto blanco que le cubría todo el cuerpo.
“Quién dijo que eran demonios, son hermosos, son ángeles. Estoy segura.”- Pensó.
Se puso de pie y lo miró fijamente, él también la miraba, era una joven preciosa: piel clara, ojos grandes y penetrantes, labios delgados, su cabello era castaño y caía hasta posarse sobre su cintura, pechos firmes y trasero suave.
Se miraron por un instante, hasta que él se acercó a su oreja; ella creyó que le diría algo, pero no. Le besó el lóbulo y pasó sus manos por la cintura de la muchacha. Al sentir la piel de ese íncubo Elbereth comenzó a excitarse nuevamente. Se quedo parada sin decir o hacer algo. Él la acarició suavemente. Sus manos recorrían el cuerpo de ella muy delicadamente. Le besó la mejilla tiernamente antes de besarla en la boca.
La virgen se sintió amada. Sintió amor.
Tuvo el leve pensamiento de estar perdiendo su vida en aquel monasterio.
El beso se agitó y empezó a tocarle las nalgas, tenía una mano en su espalda y la otra en su glúteo. Elbereth le arrancó el manto y antes de poder verlo, él se lanzó sobre ella dejándola tendida en la cama. Bajó hasta su vientre y lo besó cariñosamente antes de beber la lujuria que lubricaba su piel. Ella gemía, intentaba hacerlo despacio, pero sentía mucho placer. Mientras lamía a la joven, dejaba que sus alas rozaran sus pechos.
La penetró.
Elbereth soltó un grito ahogado.
Estaba sobre ella, mirándola y diciéndole con la mirada que la amaba.
Le besó la frente y volvió a mirarla.
Ella lo había tomado con sus piernas, con esto lo empujaba hacia ella.
La sensación del vientre subió al pecho. No sentía sus brazos ni sus piernas.
De pronto una puntada de placer creció rápidamente, cerró los ojos y sintió que todos los músculos se le apretaban.
Y gritó. Gritó tan fuerte que todos en el monasterio la oyeron.
Un orgasmo, había conseguido un orgasmo.
Intento abrir los ojos, pero no podía; estaba muy exhausta.
El Demonio-Ángel le besó la frente y desapareció.
No tardaron en llegar hasta su habitación, tocaron la puerta, y como no se habría la echaron abajo.
Allí estaba la joven Elbereth, tendida en la cama. La cruz con lascivia húmeda en el suelo, y la Biblia en llamas. No dudaron en acusarla de haber pactado con Lucifer.
Al otro día la aldea se reunía. En la plaza seria quemada una bruja.
Aún no salía de su trance post-orgasmo, cuando las llamas comenzaron a tocarla tan suavemente como lo habían hecho en la noche. Sintió el calor, pero no reaccionaba. Las llamas aumentaron y en cuestión de tiempo Elbereth se hizo cenizas.

- Te esperaba.
- Sabía que estaríais aquí.

Y así. Elbereth volvió a los brazos del único que la había amado.

Texto agregado el 18-11-2006, y leído por 120 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-01-2007 Bonito de verdad caiusserpienscaesar
06-12-2006 mmm... espero la continuación... tristania_333
 
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