POBLAR FUTUROS
Según el indec (inventario nacional de exiguas certezas), dieciochomillones-seiscientasunamil-cincuentayocho mujeres pueblan estos aires del sur. Porque los hombres avanzan, conquistan, actúan… pero sólo las mujeres pueblan. Y es que poblar, ese inventar espacios con ojos nuevos y hacerlos mundos, ese portentoso arrancar tierras y mares de su mostrenca irrelevancia, llega sólo a fuerza de mil decires: entonces el mundo “se nos da” al llamarlo, que es la forma humana de domesticar los vientos, de hacer hogareño y habitable lo que no era sino tembladeral de cosas sin nombre. Sin embargo, un mundo en el que fuesen siembra y cosecha esas labranzas de mujer -los significados primeros-, tan ciertos, tan seguros de que alguien los ha dicho ya, tan resistentes al dominio y a toda forma de violencia, tan proclives al cuidado, a que se nos regalen los frutos y no tengamos que arrancarlos… un mundo así, a nosotros, los hombres, tan refractarios al don, cazadores al fin, se nos habría de antojar incomprensible, inmanejable.
Bien lo sabían Goethe y el Doktor Faustus cuando instauran su imperio de absoluta masculinidad: Al principio no debía estar la Palabra, con mayúscula, ni palabra alguna, sino la Fuerza. Al principio, pues, nada de mujeres ni tesoros de lenguaje y sentido, sino el Poder, la Acción, que no aspiran sino a remitirse a sí mismos; la pura actividad sin rostro, autosuficiente, instrumental. Lo racional, aunque no razonable. También lo sabía Platón cuando expulsa a las musas poéticas de su República, tan totalitaria como presuntamente perfecta: era el precio de esa “perfección” inmarcesible. Bien lo sabemos nosotros, herederos de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad, a las que juramos haber dado honra y cumplimiento por seguir nombrándolas en femenino. Extraño exorcismo del que todavía confiamos en salir indemnes; y más que indemnes, inmunizados ante el poder de esos regazos que hablan y donde aprendimos a hablar.
Porque así es la Argentina, nombre de mujer sin nombre. Exorcismo lingüístico, otro más, de las condenadas al silencio. Y aunque mucho se ha avanzado, sigue siendo cierto que la palabra femenina es todavía una palabra segunda, la voz de una respuesta o un clamor ante lo ya inevitable. No es poca cosa, desde luego, pues de esa voz de mujer, casi siempre de mujer, dependen tantas memorias: que lo terrible, al menos, no permanezca inenarrable. Sin embargo, y otra vez, también es ésa una palabra segunda, un decir pospuesto a la acción ya consumada. La mujer argentina, fábrica del hablar del hombre, sigue contemplando en las fronteras del mundo público a ese fruto masculino de su vientre: o la acción sin discurso, la violencia; o la palabra excesiva, irrefrenable, de promesa imposible.
La Argentina, nombre de mujer… y soliloquio de hombres, presuntamente igualitarios porque reconocen, con admiración, la inteligencia femenina, condición que nunca presumirían a priori. Y es que, todavía, el hombre argentino sigue temiendo al lenguaje; lo siguen aterrando esos bosques donde se fraguan palabras y se nombran mundos. Por eso la verborragia, y el horror ante silencio, y el grito de cancha, y el bocineo diario de calles y esquinas. No son, como podría parecer a primera vista, signos inequívocos de lenguaje abusivo, sino formas mal disimuladas con las que se abdica de él, de su pacífico mostrar, de su lógica expositiva. La tragedia argentina, esta individualidad exacerbada y veleidosa, incluso en sus variantes pseudo-comunitarias, no es la consecuencia de una cultura “de macho”, aunque también. Es, sobre todo, y mucho antes, la consecuencia de una cultura excluyentemente masculina, incompleta, imperfecta, transida de un hablar a medias, sostenida en la precariedad de un decir incapaz de decirlo todo.
El presente argentino, tan escasamente promisorio en este aspecto, es el de un país que sólo en la forma de un gran simulacro dice haber liberado esa voz de mujer, esa voz secuestrada, esa “voz a ti debida” a la que cantaba Pedro Salinas. Por eso nos resulta a todos tan difícil avizorar el futuro en la forma de proyectos, por eso nos contentamos con ir sorteando con mayor o menor fortuna las tempestades del presente. Quizás porque el futuro, “ese mundo en el que hay de todo”, como sostiene el brujo Taboada en El sueño de los héroes, nos guarde un “todo” al que no podremos llegar si no abandonamos este lenguaje mutilado y estéril. Si no aceptamos, como el mismísimo Doktor Faustus acepta al fin, que en Margarita –y con ella- está el descanso de saber que el mundo significa, tiene sentido y permite esperanza.
* Profesor de Ética de la Comunicación, Universidad Austral, Buenos Aires.
Año 1- Nº 10 - 3 de noviembre de 2003 - Publicación quincenal editada por la Dirección de Comunicación Institucional
escrito por C. Tejerino
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