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El final de todo esto se veía venir
Cuando te dije que mi boca me controlaba.
Las ordenes inexplicables que a mi mente
da lo jugoso y triste de una carne,
son exhibidas a tus ojos, sobre los pisos de los mismos.
Nunca jamás pensé preguntarte algo sobre mi soledad
acompañada de tu presencia,
de tu cuerpo tibio en un solsticio de verano embebido,
entrapado de botellas agridulces.
Nunca idealicé que fuera necesario,
ni conveniente.
Y como el mar que golpea sin fuerza porque añora ser cielo,
sin yo creerlo,
me dijiste puto,
pendenciero y demonio cargado de flechas robadas
a Cupido rencoroso y lunático.
Me hablaste como un triste verso lo haría con la tarde o con el cardio,
con la sangre o con la copa.
Sólo puse atención para no olvidar
que traigo un ramo de espinas invisibles;
afiladas, cada una,
con lo duro de una luna cauta
que alumbra una flor de loto.
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Texto agregado el 18-11-2006, y leído por 103
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