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Siguiendo El curso de una vereda sin nombre – Oh, extranjero – a cuyos lados se cuentan rocas de fortalezas derruidas provistas de musgo verde, pequeñas selvas sin historia, se halla el abandonado castillo de Pan, formado por un enmarañamiento de ramas leñosas ¿Alguien podría haber habitado allí alguna vez? Cuentan los lugareños – Oh, extranjero – que los bosques se inclinaban ante la presencia de tan majestuoso individuo y que obedecían sus deseos. Ahora bien, estas cosas suenan un poco extrañas ¿Podemos imaginar – ahora – que el reino vegetal junto con unos cuantos animales y pajarillos y quizás el curso de las aguas puedan cumplir deseos, responder a una voluntad? ¿Qué es lo que nos cuesta imaginar? ¿El que la naturaleza, los bosques, estén prestos a satisfacer los caprichos de un individuo, o el que una personalidad así, capaz de ver cumplidos sus deseos en un bosque, exista? Esto último nos cuesta porque hemos abandonado el bosque y ahora se nos ha convertido en un ambiente hostil. ¿Puede un hombre tener sed y que caiga la lluvia? ¿Puede? ¿Puede un hombre tener hambre y que se le aparezca un pajarillo de rojas y verdes plumas y que coja vuelo cantando para que el hombre lo siga – y este lo sigue – hasta hallar abundantes frutas silvestres? – (Ante u8n fenómeno tal nació la ciudad de Tenochtitlan) - ¿Puede un hombre sentir que el bosque es consigo hasta el punto de volverse dios y animal? Tocar la flauta mágica por amar a su entorno, perseguir a las ninfas del agua… ser capaz de reconocer a Hermes, no por Hermes, sino por su efecto (otros trucos)
En fin: convertir a un bosque en un mundo mucho mejor que el nuestro.

¿Puede un hombre así – Pan – ser bello sin ser terrible? – Recuerdo perfectamente que una vez me tuvo miedo. Algo en mí produjo temor en él. Y se es de saber que un sabio de los bosques no está exento de armas.

- ¡Mira! – me dijo de pronto Pan mostrando en el dorso de los dedos un extraño insecto - ¡Mírala bien! Te presento a mi nueva amiga – Y yo, tan tonto o tan incauto me la quedé viendo. Tenía el insecto una cabeza grande y dos largas antenas, pero lo más encantador de todo era el sonido vibrante hipnótico que producía. Caí en el hechizo prontamente y no pude despegar mis ojos de ella, de su nueva amiga.

Desconozco la cantidad de reencarnaciones que se han sucedido, no dejo, no obstante, de tener la certeza triste y nostálgica, de que continúo siendo el mismo.

Texto agregado el 18-11-2006, y leído por 80 visitantes. (1 voto)


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