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Pienso que un día soy un aplicador de máscara para pestañas.
Entonces soy utilizada por muchas mujeres, para quienes soy imprescindible. Me convierto en el primer obstáculo a la puerta de sus almas: los ojos. Me usan y me abusan. Prefiero ser negro, porque así como el maquillaje oculta la esencia misma del rostro, el color negro oculta muchas cosas, tal vez todos los colores o es la ausencia de los mismos. En fin, la otra vez fui usada por una mano delicada y dulce. Me aplicaba con tal cariño, que pensé, al fin encontré mi otro yo, el yo que no es igual a uno mas su complemento. Con gusto engalano las pestañas más bellas del mundo que he conocido. Aunque sean las pestañas de un hombre.
Cierto día, leí un trozo literario acerca de cómo una autora se identificaba con un piano. Y pienso, que tal si yo fuera un piano, también. Si yo fuera un piano, también, tendría una relación sádica con algún pianista, sino todos. Cómo alguien te toca, y tienes miedo, porque aunque tú no quieras te seguirá tocando sin tu permiso. Y al principio preferirías que no lo hiciera. Porque, quién es ese sujeto para violar la pureza de mi constitución. Pero ese es un contrato tácito entre el músico y el objeto musical. Los instrumentos musicales no nos podemos rebelar contra quien nos manipula. Quisiéramos que ese acuerdo tácito se destruyera. Punto. Pero, como dije, eso es al principio. Como intocables queremos rebelarnos… ya cuando es costumbre, entonces, queremos más. Me gusta que me toquen. Es una adicción, las manos del pianista. Y de otro. Y otro… porque sin ellos, no podría concebir las melodías más maravillosas del mundo. Para una sinfonía, el piano no es nada si no nace ella de la mente, pero más que nada, de la mano del pianista. Yo no soy nadie, hasta que de mí surgen las más perfectas armonías. Siento que eso me hace especial…
Ya cuando he superado la etapa del recelo, aceptación del otro yo (el pianista) me encuentro en una presentación una noche. Nada importante. Una mujer se sube en mí y coquetea con el pianista, el que es mi preferido. Por primera vez siento celos. Esa mujer es la musa del pianista, pero no sabe que su musa soy yo, que el pianista sin mí no puede demostrar su talento, que soy yo su compañera.
Y como soy un piano vertical (por conveniencia) no dudo en abrir mi tapa y de una TRAGÁRMELA. Somos los dos de ahora en adelante, pero no descarto que el pianista se consiga otra mujer. De ser así, les comeré a todas. Ya debe imaginar porque desde ese día las melodías son más agudas… como el canto de una mujer.yt

Texto agregado el 17-11-2006, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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