La Sala de Espera
Al terminar de pestañar abrí los ojos, al igual que todo el mundo lo hace, miles y miles de veces al día y millones de veces durante nuestras vidas. Esa milésima de segundo de oscuridad no nos alcanza a producir miedo ni vértigo, porque sabemos lo que nos espera al abrir nuevamente nuestros ojos. El mundo cambia muy poco en una milésima de segundo, es por eso que no le tememos al pestañar.
Como les comentaba, al terminar de pestañar abrí mis ojos, sólo que esta vez me encontré en un lugar desconocido. Algo había ocurrido en esa milésima de segundo, algo que hizo que el mundo cambiara a mi alrededor, o algo me cambió tanto a mí, dentro del mismo mundo que no lo reconocí. Sentí náuseas, sentí mareos. Imaginen que de un momento a otro todo a su alrededor es nuevo, no estaba ahí cuando comenzaron a pestañar.
Intenté calmarme, miré hacia todos lados y me propuse el objetivo de determinar en dónde estaba. Había sillas plásticas pegadas a las paredes, las que estaban pintadas de blanco. La luz del lugar era también blanca. Había un mesón, seguramente para atender o recibir gente. Si, era una sala de espera ... ¿pero de qué?.
No había nadie en la habitación a quien preguntarle. El pánico comenzó a apoderarse de mí y me obligué a tranquilizarme. “Haz memoria”, me decía para intentar calmarme. No pude. No tenía recuerdos de las últimas horas, mi memoria llegaba hasta el día anterior, cuando me acosté tarde por la noche, después de trabajar y salir a beber con mis amigos. Claro! Había llegado tarde a casa, algo bebido, no me había atrevido a despertar a los niños y sólo me dormí sin siquiera saludar a mi esposa.
En ese momento la idea llegó casi naturalmente a mi cabeza. ¡Estaba muerto! Estaba a las puertas de la entrevista que decidiría mi futuro eterno. Estaba en el día y a la hora de mi juicio final. “Maldición, sí sólo lo hubiera sabido unos días antes para prepararme”, pensaba en ese momento. Intenté sacar mentalmente cálculos de mis buenas acciones y las no tan buenas. “El dinero que nunca le pagué a mi hermano, la aventura con la secretaria, el poco tiempo dedicado a mis niños, infidelidades, mentiras, ausencias, olvidos”... no me gustó el saldo. Estaba perdido.
Desde niño me enseñaron a enfrentar mis errores, a hacerme responsable de ellos. No sabía qué futuro o eternidad llena de sufrimientos me esperaba, pero estaba dispuesto a enfrentar el juicio y su sentencia con valentía y honor. ¿Quién sería el juez? Me culpaba por no haber prestado más atención a las clases de religión en la escuela, ahí nos enseñaban los nombres de los santos y otros rangos y cargos dentro del complejo organigrama de la divinidad.
Respiré profundamente, miré hacia delante. “Vista al frente”, me repetía. “Enfrenta tu futuro con honor”. Las piernas me temblaban cuando escuché una voz que me llamaba desde una puerta que se abría. Vestido de blanco, barba blanca, cabello también cano.
- Señor Manríquez, ¿cómo se siente? ¿Ya siente el efecto de la anestesia? Recuerde que es una nueva fórmula y puede tener efectos secundarios como náuseas, mareos e incluso se han reportado pérdidas de memoria. En un par de horas se sentirá como si nada hubiera ocurrido. ¿Recuerda cuál era el molar que debíamos extraer?
“Como si nada hubiera ocurrido”, ¡que mentira más grande! Luego del dentista me fui a comprar un ramo de flores a mi esposa, y desde ahí directo a casa a jugar con mis hijos. No estaba dispuesto a desaprovechar el tiempo que me quedaba.
Jota |