He estado pensando que tal sería poner la mitad,
pensé ser sensato y pensar la mitad y sentir la mitad,
pues ya se sabe, sentir entero es peligroso.
Pensé soñar la mitad y querer la mitad y reir la mitad
y odiar la mitad, y ser la mitad de bueno para así poder ser
la mitad de malo.
Pensé ser la mitad de inteligente para poder ser la mitad de tonto,
pensé que bien podría mediante esta fantástica división por dos,
ser la mitad de lo que soy, para ser decentemente la mitad
de grande y la mitad de idiota, y así lograr que algún libro milenario
me condene a media condena, integrándome a esa mitad del
mundo que en el fondo vive la mitad.
Pero cuatro cosas me disuadieron:
Primera: Que es probable que, consecuentemente,
los pocos que me quieren me quieran la mitad.
Segunda: Que en el fondo detesto las mitades.
Tercera: Que la mitad de posibles ochenta años de vida
son cuarenta, de los cuales se duerme un tercio, es decir que
me quedaría un tiempo efectivo de vida de veintiséis años y
ocho meses, los cuales no me alcanzan para todo
lo que tengo ganas de hacer.
Cuarta y última: Pensé, finalmente, que realmente no sabría que
corno hacer con las mitades de mí que me sobrarían, y deseché
definitivamente el proyecto.
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