Las horas corren a momentos, en otros se detienen y ya no siguen caminando.
A segundos me despierto, pero vuelvo a caer en el hechizo del tiempo, que me duerme y me deja ahí: tirado, abandonado.
Te persigo en mis sueños y no te alcanzo, vas a la par de los minutos, corres demasiado rápido y yo soy sólo un pobre hombre que no puede competir con el reloj.
Cuando estoy a punto de sentirte en mis manos, cuando ya los minutos se han detenido por un instante para unirse con las horas que sólo a momentos se mueven, los segundos me despiertan y me alejan de ti.
Con los ojos abiertos te busco en éste mundo imparable, pero no te veo, ya ni siquiera distingo a los minutos que te acompañan en tus viajes.
Despierto no veo el tiempo, todo es tan continuo, no como en mis sueños, donde el movimiento del reloj es intermitente.
Mis horas, tus minutos, nuestros segundos, parecen un regimiento de soldados que marchan incansablemente, pero no sé hacia que guerra caminan.
El reloj: tic, tac, tic, tac y yo no llego a ti; todo el tiempo se encarga de alejarme de tu esencia, y mientras más acometo contra las horas, minutos y segundos, el reloj me contesta con un tic tac aun más fuerte, utilizando todas sus manecillas para impedirme el paso.
Mi único consuelo es que los segundos me vuelvan a dormir, y así, en el mundo de mis sueños, en donde el tiempo a lapsos no camina, te vuelva a ver y te intente agarrar.
Pero no se si será posible; las horas, los minutos y los segundos no me dejaran estar a tu lado, porque cuando a momentos se detengan las horas y a instantes los minutos las esperen junto a ti, los segundos me volverán a despertar y sólo escucharé el retumbar del tic tac interminable; pero ¿qué puedo hacer? Soy sólo un pobre hombre que no puede competir con el reloj, ni contra el tiempo que no me quiere aquí.
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