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El almohadón de plumas

Enhebrar el hilo fue lo que mas le costo, la aguja se le deslizaba por la transpiración de los dedos, otro factor molesto era la escasez de visión, a pesar de ser poco el astigmatismo que tenia, y por mas que se pusiera los lentes, le resultaba complicado...
Tardo unos minutos hasta que pudo conseguirlo... ya estaba realizada la tarea mas difícil, ahora solo tenia que comenzar a coser. Había dejado bastante hilo, sabia muy claramente que le seria perjudicial y poco practico, pero un problema mayor seria que el hilo no alcanzase y tener que enhebrarlo nuevamente.
Estela levanto el almohadón si se lo apoyo entre las piernas, antes de que mas plumas se cayeran sobre el parqué que tanto costaba limpiar sin rayarlo. Tomo uno de los extremos y comenzó a coser minuciosamente, con una perfección similar a la de las maquinas.
Hizo una pausa y prendió un cigarrillo, eran las cuatro de la tarde y ya pronto llegaría la hora del té, para lo cual quería verse desligada de tareas, y eso la inquieto un poco.
Volvió a la tarea de coser, esta vez, decidida a terminar con el almohadón. Tomo la aguja y comenzó a zurcir con ligereza, en un descuido se clavo profundamente en la yema del dedo, dejando caer una gota de sangre, justo sobre una flor dibujada en el centro del almohadón, debo confesar que para mi lo había arruinado, pero a ella le encanto la forma en que el dibujo de la sangre se imprimió de forma uniforme, lo cual la sedujo a dejar caer nuevas gotas, en forma de líneas, círculos, lagrimas, y demás.
Una vez satisfecha con su creación término por fin de coser, y ya sin ninguna escapatoria para las plumas...
Apoyo el almohadón en el sillón, y lo miro detenidamente, era perfecto e imposible de reproducir tan brillante diseño...
Totalmente realizada miro el reloj de la pared y noto que eran las cinco y diez, puso la pava en el fuego y prendió otro cigarrillo, busco una taza, y un saquito de té.
En medio de todo ese ritual, suena el timbre, era Matilde, una gran amiga, pero con un gran defecto, el ser totalmente inoportuna. La atendió con gran amabilidad y la hizo pasar, fue a buscar otra taza de té, cuando quiso acordar, el cigarrillo se le había consumido, y la pava no paraba de echar vapor. La rabia le recorrió las vértebras.
Hizo un pronunciado silencio y respiro todo el aire que pudo. Saco un saquito de tilo, y le echo un vaso de agua fría a la pava (un sacrilegio tomar el té de esa manera), pero ya no tenia ganas de perder mas tiempo.
Saco de la heladera unas masitas secas y las acomodo muy prolijamente sobre un plato.
Puso todo en la bandeja y fue al living.
Allí estaba la inoportuna y desatinada Matilde sentada en el sillón, y como era de esperarse, sobre el almohadón recién arreglado y aun con la sangre fresca.
Estela exploto y quebró en llanto. La ira se desato en sus adentros, y apretó el puño con fuerza dejando caer la bandeja con té y todo, el parqué era un desastre, pero ya no la preocupaba.
No grito, solo trago saliva, le pidió que se corriera del lugar donde estaba.
Tomo el almohadón con delicadeza y subió las escaleras hasta llegar a la habitación.
Se sentó en la cama y trato de recomponerse. Miro el almohadón y ya no era tan brillante, tan hermoso y perfecto, algunas de las líneas y las gotas estaban corridas. Se acostó en la cama y estiro los brazos hacia atrás y abrió el cajón de la mesita de luz del difunto Horacio.
A todo esto, Matilde estaba atónita y paralizada, pensó en subir a la habitación a ver que le había sucedido, pero no se animaba, nunca antes la vio reaccionar de esa manera.



De repente Estela baja renovada, con el rostro tranquilo. Tomo aire y dijo– disculpa mi reacción Matildita, se que fui una grosera al tratarte de esta manera, pero este almohadón recién lo acababa de recomponer, y fue mi creación mas hermosa y preciada, no se si te darás cuenta pero tiene unas marcas perfectamente ubicadas que imprimí con mi propia sangre- le acerco el almohadón a la cara y la invito a que mirara detenidamente. Matilde no entendía nada, todavía no se reponía de aquélla incomoda situación.
Estela le pregunto -¿las notas?- no,- dijo Matilde sin entender , -como que no!!!- grito estela colérica y le apoyo con fuerza el almohadón sobre la cara, tirando a su amiga sobre el respaldo del sillón. Sin dejar de presionarle con fuerza la cara de la pobre y confundida Matilde, metió la mono y saco de su bolsillo el revolver que tenia el difunto Horacio. Apoyo suavemente el caño sobre la flor dibujada en el centro del almohadón y sin meditarlo jalo del gatillo.
La paz le recorrió el alma. Fue serenamente hasta el teléfono y llamo a la policía.
Tomo una masita tirada en el parqué y la comió con deleite. Se sentó al lado de su amiga, cubierta de sangre y plumas. Le palmeo la rodilla con ternura y se prendió un cigarrillo.

Texto agregado el 16-11-2006, y leído por 807 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
05-12-2006 me dejaste atónita ante esa última reacción tan inesperada, me gusta y me angustia Mariposa_verde
02-12-2006 como siempre sus palabras me hacen correr la imaginación... buenísimo señor santiago! que tenga lindos días, mis besos, abrazos y estrellas! ligera
26-11-2006 por dios.... plaffff... me dejaste anonadada! excelente el cuento, con un aire de demencia terrible (en el mejor sentido de la palabra). felicitaciones. lau. aruald
16-11-2006 Debo confesarte que me atrajo el título!!!, Pero al ir leyendolo, lentamente me fue atrapando. Interesante!!!! losha
 
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