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Muchas veces los sueños, o mejor dicho las pesadillas nos muestran lo que nuestra mente consciente no percibe y resulta evidente, a veces a tiempo, a veces demasiado tarde.

Aquella Mañana hubiera sido como todas excepto que la leche estaba fría y el azúcar no se disolvía bien dentro de ella.
Sentados en la mesa estábamos mi padre y yo, como siempre creando un ambiente tan silencioso que se podía respirar la misma tensión que en el inicio de un combate de boxeo.
Aquella mañana no era normal a parte de la leche fría, mi padre abrió su boca y me dijo:
-Hijo, creo que estoy sufriendo una gran depresión.
Me quede boquiabierto, y como si alguien hubiera dado el pistoletazo de salida y comencé a hablar.
-Papa, como puedes ser tan ruÍn, como puedes estar tan ciego, tu crees que me importa tu depresión absurda, lo único que té pasa es que eres un amargado, un borracho y un infeliz, siempre me has estado jodiendo, yo si que he estado realmente deprimido, yo si que he tenido que pagarme un psicólogo y me he tirado años y años llorando porque no me aceptabas, convirtiendo mi vida en una mierda y retrasando todo lo que siempre he querido hacer y tu no me has apoyado.
Cómo te odio!!!! No lo soporto más.
Ahora veras lo que es estar deprimido de verdad, ahora conocerás el sufrimiento y las ganas de morir que siempre he tenido yo, ahora mismo me pienso volar la cabeza delante de ti, espero que sufras como mínimo lo mismo que lo he hecho yo.

BANG!!!.

El silencio fue interrumpido por un estrepitoso ruido, me desperté del sueño, sudando y con dolor de cabeza, ¿pero el ruido?, ¿era cierto?.
Salí corriendo por el pasillo y llegué al comedor.
El alma se me partió en mil pedazos, como el cristal cayendo estrepitosamente en el suelo. Los ojos se me salieron de la orbitas y una lágrima recorrió mis mejillas.
Sentado, inerme, sangrando y con el revolver en el suelo, estaba mi padre, mi odiado padre, mi amado creador, al que tanto debía y no lo sabía.
Me acerqué a sus pies y me arrodillé, cogiéndole la mano, noté un dolor tan grande, una ansiedad que recorría todo mi cuerpo y oprimía mi pecho dejándome sí respiración.
-Padre, ¿por qué? ¿Por qué no te dije que te quería?, que te amaba, ¿por qué no te acaricié y te acompañé por las tardes que te veía caminar solo?. ¿Por qué?...

Texto agregado el 16-11-2006, y leído por 169 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-11-2006 Dolor del hijo, dolor del padre. Hijo apenado, padre más aun. Crónica fria y quizas real. surenio
16-11-2006 Nunca es tarde para una buena bala. Me gustó tu cuento. Un abrazo valvactur
16-11-2006 tu texto contiene una humanidad invaluable; me gusta el tono de peliculilla que trae consigo. wen cuento; weno, weno. propoeta
 
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