No sé que fue lo que lo inició, si los malos negocios o el amante de mi esposa, sólo sé que sucedió y a los meses de mi primer sorbo me vi en harapos, sin baño, sin peineta, sin perfume, sin automóvil, sin amigos, sin zapatos, con barba, con frío y el diario de cama y paraguas. Llorando un pan, suplicando un vino, rogando por olvido.
Perros eran mis estufas, las bancas de la plazas mis sofás, el vino mi pasaje a la omisión final, las vitrinas, los vidrios de las comisarías me gritaban a la cara lo desconocido que estaba, lo distinto que era, en el indigente irreconocible de cuerpo y alma que me convertí.
Y de pronto, la vi, gallarda, soberbia como siempre, altiva como nunca, más despacio al caminar, pero aun más dama al observar, arroja una moneda a mi negro tarro choquero casi sin mirar:
- No vaya a comprar alcohol hombre, cómprese comida – me dijo al alejarse
Una lágrima se mezcló con mi suciedad y negra se fusionó con mis harapos y un lamento surgió silencioso de mi boca sólo para ser oído por mi dolor:
- Lo intentaré… mamá
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