Almendras fritas.


Todos los sábados después de terminar la limpieza semanal, se dedicaba a partir almendras por si venia alguien el domingo a pasar el día.

Sentada en el escalón de piedra de la cuadra, con una fuente de porcelana blanca con vivo azul a su derecha, daba golpes secos con la mano del almirez hasta casi llenarla. La siguiente operación era quitarles la piel oscura escaldándolas en agua hirviendo. Después ponía al fuego la sartén con mucho aceite y las freía a puñaditos, sin perderlas de vista para no quemarlas.

El domingo, después de la merienda, sacaba otra fuente de loza blanca llena hasta el borde, la colocaba en el centro de la mesa y las espolvoreaba con sal.
-Que buenas te quedan siempre las almendras tía Adela- Era la cantinela que repetían a medida que iban desapareciendo. Era cierto, siempre les daba el mismo punto de fritura y sal.