UN PARAGUAS
Fue un día lluvioso, una mañana brillante de gris. Había salido a la calle tarareaando la única canción que su memoria insistía poner en su mente. Iba muy abrigado, aunque no hacía frío y en la cabeza llevaba aquel sombrero de sus años mozos que hacía juego con el raído paraguas. Un sobretodo reluciente, lustroso de soportar tantos aguaceros y unas galochas de la segunda guerra mundial.
Primera lluvia decente -pensó- recordando las maravillosas tormentas del sur. Caminaba lentamente contando las gotas que caían por el mango de su paraguas y que resbalaban por sus rugosas manos. Mi paraguas ya no da más -exclamó mirando los innumerables parches y costuras que lo adornaban.
Su andar era pesado, hacía meses que no salía de su casa -¿para qué?; no hay olores y el cielo está siempre azul, el calor es insoportable y el aire caliente me hace mal- repetía incansable cada vez que alguien le preguntaba por qué no salía de su cuarto.
Con ochenta y dos lluvias en sus pies casi bailaba sobre los charcos. Contaba las pozas de la calle con ojos brillantes y musitaba, con voz melosa, la canción de su vida.
Con sus dedos arrugados de tanto trabajo aferraba fuerte su paraguas. ¡ Más de treinta años! recordaba chapoteando ruidosamente. Se lo había regalado su esposa aquel invierno horrible, en el día de su aniversario, antes de irse para siempre con el temporal. Una gran lágrima se fundió con el agua del cielo. Recordó penosamente cuando sostuvo el cuerpo de su esposa, chorreando agua y barro. La metió en la caja y la enterró en algún jardín un día gris como hoy.
Mientras avanzaba sumido en sus recuerdos, he aquí que una silueta apareció delante de él. Abrió sus pequeños ojos. -Hay alguien allí- pensó, tímidamente. Los colores del día difuminaban las formas y el aguacero se acentuó furioso. El viento arreció y golpeó su frágil paraguas que se soltó de su mano y voló justo hacia la silueta. Su viejo sombrero, sin protección, se acható con el peso del agua.
-¡Mi paraguas!- exclamó con pánico, apenas podía distinguirlo a los pies de aquella sombra.
-quien quiera que sea le ruego que me devuelva mi paraguas, por favor- dijo suplicante. La preocupación se transformaba en rabia al no obtener respuesta de la sombra. Debo recuperarlo- decidió. Comenzó a caminar lentamente, un paso y luego otro. La silueta parecía moverse al mismo tiempo, pero no sabía si se acercaba o alejaba.
-Con cuidado -se dijo- puede querer asaltarme, golpearme o robarme mi abrigo europeo.
Vaciló, pero el deseo de rescatar su paraguas le hizo sentir en la sangre la fuerza de antaño.
Calculó la distancia que lo separaba de la silueta y flectó sus tullidas piernas y, en un abrir y cerrar de ojos, antes que la sombra tuviera tiempo de escapar, se abalanzó contra ella...
La lluvia cesó unas horas después. Un sol terroso iluminó por breves segundos un pálido arcoiris trazando un camino desde los cerros hasta la base de un añoso árbol a cuyos pies yacía el cuerpo de un anciano que aferraba en su mano un raído y desteñido paraguas.
patra
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