Los amigos de Ismael le acompañan durante el trayecto que conduce a su hogar: un departamento ubicado en el centro de Santiago, sin algún colorido, pues en sus paredes blancas no se advierte ni el soporte de una lámpara ni los cables necesarios para transportar su vital energía, ni el reflejo de haber servido como soporte para los inestables pasos de algún pequeño ni al menos una naturaleza muerta dando vida a aquella soledad; sólo se identifican allí una mesa rodeada por cuatro sillas, que evidencian su falta de uso, y un televisor alejado del único tomacorriente que conduce electricidad hacia la sala; es aprovechada por un equipo de música, alrededor del cual efectúan una eterna guardia los CD’s y casetes de Charly García, coronados por el disco de su último intento musical junto a Nito Mestre y otros invaluables músicos en Sui Generis: Instituciones; junto a más de algún CD de otros exponentes de la música en su lengua.
Apenas si llegan a su departamento, lo apoyan en el pórtico de entrada, mientras Ignacio —uno de los amigos que le condujeran hasta allí— introduce las llaves que le entregó Ismael (hace sólo unos segundos) para abrir la puerta, y lo apoyan en el aire durante un tiempo, que estiman no será muy extenso, hasta que Francisco —otro integrante del grupo— nota su balanceo.
- ¡Tómenlo! ¡Se cae! -grita Francisco. Y Carlos junto a Renato lo sostienen, ubicando sus hombros bajo las manos temblorosas de Ismael.
- Gracias, amigos. Estoy bien -con un dialecto apenas descifrable, Ismael tranquiliza a sus amigos, quienes apresan su nariz con sus dedos índice y pulgar, con una notoria expresión de espanto, pues conocen el hedor del hálito de su amigo, profundizado bajo el alcohol.
Y prenden la ampolleta que cuelga del techo en la entrada, que es parte de la única sala del departamento. La habitación de Ismael no se advierte allí; se confunde con todo espacio.
Y da unos pasos cortos, y se apoya en la manilla de la puerta.
- Entré, amigos -luego de decir esto, Ismael levanta sus manos.
Al levantar sus manos, Ismael se balancea nuevamente, salvo que esta vez sus 4 amigos acuden raudos a sostenerlo ante una caída previsible.
- ¡Acuéstate! No nos iremos antes de verte tranquilo y seguro —Ignacio replica, insistentemente.
Y lo sostienen entre abrazos, guiándolo hasta su cama.
- ¡Déjenme, puedo ir solo! -estirando los brazos para alejar a sus amigos, cuando terminó de dictar su frase incomprensible.
Renato, Carlos y Francisco quedaron inmóviles, junto con estirar sus brazos como intentando tocar el suelo con la punta de sus dedos, e Ignacio realizó un ademán despreciativo con su brazo izquierdo; se marchó del departamento, sin decir algo. Lo siguió Carlos. Renato y Francisco quedaron paralizados como si formaran parte del público que espera la siguiente escena de un acto escalofriante, mirando fijamente a los amigos que se retiraban, sin palabras en la boca. Mientras ambos cómplices dirigían su atención hacia Carlos e Ignacio, Ismael avanzó hacia su cama mediante movimientos que parecieron pasos, pero a los segundos —Carlos y Francisco todavía no volvían su mirada hacia él–, tropieza con un zapato, que forma parte del desorden natural que existe en aquel departamento, cayendo. El sonido que produjo esta caída fue un golpe que hizo revivir los sentidos de sus cuatro amigos, quienes no tardaron ni fracciones de segundo en volver a ayudarlo, pero esta vez fue todo inútil. Ismael no abrió sus ojos ni se movió.
- Así está más seguro. ¿Vamos? -propone Francisco.
Con esta propuesta de Francisco, Carlos recapacitó en el papel que han desempeñado esta noche: los actores de una comedia; y apagando la luz que prendieron, para retirarse, se dirigen hacia la salida. Francisco recordó que aún carga las llaves del departamento desde que Ignacio las depositó en su mano, y ve una especie de colgador de madera, donde las cuelga. Al hacerlo, ve un relieve formado por dos nombres: José y Fernanda, los padres de Ismael. Y llama a su amigo, y en conjunto admiran esto como un bonito gesto, casi único, a sus 32 años.
Junto a este recuerdo se encuentra una foto de dos tumbas contiguas.
Ismael nunca contó a sus amigos que dos años atrás, en una tragedia ferroviaria, sus padres murieron; dedujeron porqué su amigo no deja morir al recuerdo, en todo lo que hace.
Los amigos se retiraron, dejando a Ismael quizás en qué estado.
¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí! Preguntas que se repiten en la cabeza de Ismael, y chocan contra cada pensamiento existente en ella, pues oye tan sólo alaridos. Aún no abre sus ojos.
Piensa que éstos provienen de sus amigos, y al abrir un ojo siente el golpe de un intenso brillo. «¿Qué pasa?», y abre ambos ojos, notando que su vista apunta directamente al sol. Menea su cabeza, sin comprender algo entre lo que aprecia; golpea el suelo con su espalda para impulsarse, y se levanta.
Observa un caos en la piscina que advierte a sólo unos metros: ve gente gritando y corriendo, sin identificar algún rostro. Se acerca al borde.
Apenas si se acerca al borde —entre el desorden humano—, y distingue siluetas negras nadando en el fondo de la piscina, o únicamente se deslizan con gran rapidez bajo el agua. Y ve el agua teñida por un rojo intenso. Su corazón late con mayor frecuencia; camina mientras todavía es capaz de distinguir las manchas oscuras en el fondo de la piscina. Sus pies siguen un ritmo menor al que sentía por causa de la explosión en su pecho. Se detiene, juntando sus párpados; lleva ambas manos a su pecho, y siente su corazón demandando una salida al medio ambiente; nota aquellos golpes inclementes que efectúa contra las paredes que forman su prisión. Deja caer el torso sobre su cintura; aún no quita las manos de su pecho. Explotará.
El llamado de auxilio que efectúa constantemente su corazón, mediante un golpeteo intermitente, lo insta a luchar contra algo aún desconocido por él.
Se arrodilla, con los párpados cerrados, como previendo una tragedia infinita, y al poco tiempo percibe el llamado de su corazón, acelerándose; siente su cara chocar contra algo, y oye un sonido lejano que dura tan sólo un segundo, alargándose en el tiempo. Ya no sabe de sus párpados apretados uno contra otro, pues no los siente estirar su piel, ni nota la línea que esto provocó.
Y muere.
La policía no tardó en acudir a la piscina, observando todo lo allí ocurrido, junto con verificar la muerte de Ismael y otros; así como acudieron detectives a su departamento para investigar su extraña muerte. |