Me miraste con tus ojos
de carnero degollado
y me tembló la papada;
se me erizaron los pelos
de mis sobacos desnudos;
me subió un calor intenso
por el arco de mis piernas;
se aflojaron mis rodillas...
Con un poco de saliva,
(llena de coquetería)
llevé el dedo hasta mis ojos
para quitar las lagañas.
Y te dije, mi adorado:
¡eres más lindo que un sapo!
Texto agregado el 14-11-2006, y leído por 443
visitantes. (33 votos)