Esta semana ha sido de grandes eventos. Me fui de tour por un mall para comprar ropa de estación. Me di cuenta que los piercing están de gran moda y -sobre todo- los disfraces para la tradicional fiesta de Halloween. Tanto traqueteo me abrió el apetito, así que hice un break en mis actividades para servirme un suculento hot dog. Después de este breve y reponedor descanso, me dirigí a los shopping para bebés, ya que este fin de semana estoy invitado a un baby shower y no puedo llegar allí con las manos vacías. (¿Por qué no dije empty hands?). Como el tiempo es oro y yo no estoy en training, preferí tomarme las cosas con calma, puesto que una de las cosas que me disgusta es andar corriendo. Más vale llegar tres horas, retrasado que perder la existencia, atragantado en un segundo.

He visto muchas mujeres bien bonitas que podrían ser estrellas de cine, especialmente una, que contemplaba unas especies de shower door en el Home Center. Me aproximé a ella para tratar de entablar una conversación pero, de inmediato, me di cuenta que no habría filing entre nosotros, porque, detrás de mí, apareció un mastodonte de, por lo menos, dos metros de estatura que abrazó a la chica y le dio un beso que, de seguro, le absorbió todo el contenido de su caja craneana. Por lo que alcancé a comprender, el tipo aquel, era el personal training de ella y ahora, probablemente, tenían un affaire.

Después, en un shopping de ropa masculina, me probé varias camisas wash and wear, uno que otro sweater y un vestón de tweed muy elegante. El gringo que atendía, encontraba que todo lo que me probaba me quedaba bien, lógico, si al vender se ganaba su buena comisión.
-Very bonitou, tiene usted excellent gustou- me decía y sonreía mirándome con unos ojillos verdosos en los que faltaba solamente George Washington y el signo del dólar.
-Se ve la reaja- decía, usando una expresión muy típica de nosotros y yo me reía, no porque le creyera, sino porque la entonación era divertidísima.(Oh, la globalidad).
Al final, salí con varias bolsas de ropa y el gringo se despidió de mí con una sonrisa grande y ampulosa, como el afán expansionista de los norteamericanos, lo que no viene ahora al caso y por supuesto, sacando de ese costal a los mexicanos y canadienses, que nada tienen que ver en este embrollo.

-Que le vaya bien en ese carete- me deseó el gringo y yo le di las gracias mientras me abanicaba con un flyer de su tienda…