No puedo evitar ya su naturaleza invasiva irrefrenable. Como si fuera una enfermedad, llega, se arraiga viscosamente en mi sangre, en mis entrañas y me tortura sin descanso día y noche. Nada logra distraerme de su avidez, que me corroe, que me corrompe como un cáncer maligno y pretende destruirme. Es algo siniestro que se expande continuamente en todas direcciones. La demencia total o la muerte son las únicas posibilidades que tengo para terminar con ella. Pero, aún no estoy decidido a suicidarme, y la locura no me entusiasma desde que estuve internado. Entretanto, continúo con mi lucha, solitaria e inútil.
Voy a intentar una solución temporaria. Me dejar” estar por unos minutos y, para no caer definitivamente en ella, pondré un reloj despertador que vibrará luego de media hora. Tratar” de descansar sin oponerle resistencia; el timbre del reloj me volverá a la realidad.
Mis músculos se relajan. No duermo aún. ¡Allí aparece! Tomó la forma de algo negro que aletea en el aire. Como un murciélago, se me acerca en vuelos rasantes. En una pasada se detiene sobre mi cara, cubriéndola con sus negras y pegajosas alas. Sus dientes me muerden los labios hasta hacerlos sangrar. Chupa el líquido rojo con avidez, y luego hurga en mi boca, en mi garganta. Avanza y devora lo que encuentra a su paso. Ya la siento en el estómago; mis intestinos se revuelven espasmódicos. Pero ella sigue creciendo a expensas de mis vísceras. Creo que ya me ha comido totalmente. Un charquito de sangre y excrementos queda sobre las blancas sábanas.
Oigo el sonido del despertador. Intento detenerlo, pero no puedo moverme. Pertenezco a ella que, con el ruido estridente del reloj, se asusta y se lanza a volar. Se traba en las cortinas con las alas. Se debate torpemente para salir de la trampa; encuentra el espacio libre a través de la ventana abierta. La claridad la deslumbra y sale. Flota en el aire; en el aire donde intenta volar. Pero mi peso la arrastra y cae
vertiginosamente, hasta convertirse en el cadáver de la idea.
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