Abro mis ojos a la venganza,
de no ser buen paisano,
de no ser buen cristiano,
de esperar despierto tu tardanza.
Camino sigiloso,
por las calles de Madrid,
sin tenerte en cuenta,
sin saber dónde ir.
Pienso lentamente los instantes,
las luces verdes,
los ojos rojos,
hagamos las paces.
Me intriga claramente tu pecho,
donde bien lo guardas,
donde lo proteges,
tu corazón tierno.
Derribas sobre mí,
los muros altos de la ciudad,
cierras cada puerta,
que comparte complicidad.
Entierras los muertos pensamientos,
diurnos y apagados,
reviven en mi las noches,
enfermas depresiones atroces.
Y cuando más claro lo encuentro,
más oscura es tu respuesta,
y sin negar, te miento,
cada cosa que me ofenda.
Oscura claridad,
pintada en los muros de mi pálpito,
oscura, y nefasta, claridad,
no me limpias, tansólo, con un paño.
Qué ofensa renueva mi voz,
qué grito, que llanto,
impides de nuevo mi transformación,
qué oscuro, tan pálido.
Oscura claridad diurna,
cierra mis ojos,
calma mi sed,
por mi mente no transcurras. |