Mi Amigo: El Perro de las Tres Patas
Sin pedigrí, hasta sin raza definida, de esos marca "perro", callejero, mirada triste, flaco, revolvedor de basura para saciar el hambre, roedor de huesos, y mendigo de afectos de plaza en plaza.
De esos que para calmar la sed toman agua de los charcos.
De esos que te siguen por las calles como buscando una caricia o simplemente una mirada.
De esos que buscan alguna sombra en el estío o un rincón donde acurrucarse en los inviernos.
- Ahí me lo encontré en una vereda, con una pata rota, a la sombra de un alero, como pidiendo auxilio. Según algunos niños lo había atropellado un auto que siguió su marcha, como si hubiese pisado una cucaracha.
Dolor, sed, hambre, tristeza, miedo, con las orejas gachas.
- Me le acerco y me muestra sus colmillos, creyendo que yo aumentaría su dolor.
- Insisto con mi ademán.
- ¡ No te haré daño ! Solo quiero ver lo que te pasa.
- Estudió mi voz, paró las orejas, y movió el rabo, una y otra vez. Logré acariciarlo. ¡ ¡ Adiós la desconfianza !
A 100 metros había una veterinaria, lo cargué en mis brazos y allí lo llevé.
- ¿ A ver Doctor, que puede hacer por él ?
- Tiene una pata quebrada, hay que hacer una placa radiográfica y operarlo, y cuesta 300 pesos.
- Pero es un perro callejero, le dije al Doc.
Si yo era igual que el perro: solitario y desocupado. Hasta me sentía igual, con hambre y necesidades, solo tenía 4 pesos.
Comprendí al veterinario.
Ese perro no tenía obra social por no tener un dueño adinerado.
- Como si entendiera el diálogo.
- Le dio un calmante gratuitamente y me aconsejó que lo tuviera en reposo, que en 15 o 20 días, comenzarían sus huesos a soldarse solos, pero sin garantía de resultados.
- Movía la cola y lamía mi mano como pidiéndome que no lo abandonara.
Eso hice, lo volví a cargar y lo llevé a mi casa. Tomé una frazada vieja y ahí quedó en un rincón. Aullaba suavemente, no supe si era por el dolor o de agradecimiento. Empecé a entender su lenguaje, creo que decía gracias porque movía la cola.
Y si, quedó luciendo su renguera de la pata trasera derecha.
- Comienza allí el diálogo, nos empezábamos a entender.
- ¡ No te preocupes, no te dejaré solo !
- Te bautizaré "Potro"
Desde entonces compartimos el pan, la soledad y el tiempo.
Vaya que fue así, pasaron 15 años. Juntos con días alegres y jornadas calladas.
Hasta que una mañana, lo vi inmóvil, quieto, orejas y rabo caídos, como gesticulando una sonrisa de agradecimiento y alivio. Por fin tenía sus 4 patas sanas, que en ese viaje al cielo de los perros se convirtieron en alas.
Ahora está enterrado
En el fondo de casa
Ahí donde le gustaba
Estar bajo la parra.
Con un cartel que dice:
"Aquí está mi amigo
que se llamó Potro
el perro de las tres patas"
©Chilicote
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